CAPÍTULO 25

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Cric crac, cric crac, cric crac. Este sonido era suficiente para volver loco a Lan Zhan . Se encontraba sentado en el borde de la cama, esperando pacientemente a que Wei Ying terminara de amamantar a A-Yuan para poder hablarle acerca de la escuela. Por la mirada que había visto en sus ojos anteriormente, supo que creía que no quería tenerlo a su lado, que lo estaba mandando lejos de allí para quitarle de en medio.

Y no era verdad en absoluto. Lo amaba más de lo que jamás había amado a nadie. La sola idea de pasar un día sin él era un verdadero tormento. Preferiría cortarse un brazo.

Desde la ventajosa posición en que se encontró, podía ver con toda claridad. Hacía ya mucho tiempo que A-Yuan se había aburrido de chupar leche y estaba simplemente actuando de forma rutinaria, nada más. Mamaba con desgana. Wei Ying permanecía allí sentado, dejándole hacer, empujando rítmicamente con sus piececitos para mantener la mecedora en movimiento. Cric crac, cric crac, cric crac. Lan Zhan estuvo tentado de coger la condenada silla y tirarla por la ventana. Pero, en lugar de hacer esto, se quedó allí sentado, como la personificación misma de la paciencia, deseando con todas sus fuerzas que su esposo al menos se dignara mirarlo.

A-Yuan empezó a quedarse dormido al fin. Cogiendo su pezón entre los dedos, Wei Ying intentó incitar a su boquita a seguir mamando. Era reacio a dejar de amamantar a su bebé y así quedarse sin una excusa para seguir ignorando a su esposo. Mientras le miraba, Lan Zhan se vio obligado a apretar los dientes con fuerza, no porque Wei Ying lo estuviese ignorando, sino porque el hecho de ver sus pechos desnudos lo estaba volviendo loco.

Se levantó de la cama y comenzó a andar de un lado para otro. Cuatro semanas era demasiado tiempo para abstenerse de tocar a su esposo. Entre el ruido de la silla chirriando sin cesar, sonido que él no percibía, y verlo toquetearse, estaba a punto de lanzarse sobre el para hacer el amor.

Ahora que la terrible experiencia de Wei Ying en el parto se había desvanecido un poco en su mente, a Lan Zhan ya no le horrorizaba tanto la idea de engendrar otro hijo. Se dirigió a la ventana a grandes zancadas y corrió la cortina. Mirar fijamente hacia ninguna parte tenía que ser mejor que seguir atormentándose de aquella manera. Después de unos interminables instantes, miró hacia atrás, esperando y rogando que se hubiera abrochado el canesú. Pero, desde luego, no lo había hecho. Típico de Wei Ying. Sin embargo, ya había dejado de tentar a A-Yuan para que siguiera mamando. Lan Zhan agradecía estas pequeñas bendiciones.

Se volvió para dirigirse hacia el ojigris con paso resuelto. Al advertir que se acercaba, Wei Ying alzó sus ojos grises. Una mirada del doncel bastó para hacer que su irritación desapareciera. Su decisión de mandarlo a una escuela lejos de allí le había herido profundamente. Tenía que hacerle entender de alguna manera que a él también le dolía el alejamiento.

Se inclinó sobre el menor, levantó al niño en sus brazos y lo llevó a la cuna. Acto seguido, se agachó junto a la mecedora, observando con la boca seca cómo volvía a meterse los pechos en la camisa interior y hacía un lazo con los cordones.

—Wei Ying ... —Lo cogió de la barbilla y le obligó a mirarlo— Yo no quiero que te marches. Sé que eso es lo que estás pensando. No lo niegues. Te juro, mi amor, que estás completamente equivocado.

Con los ojos brillantes por las lágrimas no derramadas y con un gran dolor en el alma, Wei Ying permaneció inmóvil, fulminándolo con la mirada.

Lan Zhan tenía un mal presentimiento.

- ¡Yo te amo, maldición! No quiero mandarte a esa escuela para deshacerme de ti. - Cogiendo las manos de su hombre, enumeró todas las razones que lo llevaron a tomar esa decisión. Y terminó con una frase rotunda — No quiero quitarte la posibilidad de vivir esas experiencias, mi amor. Si lo hiciera, sería el cabrón más egoísta que jamás haya existido.

Lo que dice tú corazónWhere stories live. Discover now