🌆Capítulo 9🌆

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Poco más de una hora después de la visita de Wangji  y Huang a su habitación, Wei Ying  se quedó al fin a solas. La luz de la luna se vertía en su dormitorio, dividida en franjas anchas por los barrotes de la ventana. Una sensación maravillosa se adueñó de el. Si Lan Wangji  y Huang no estaban mintiendo, tendría un hijo en muy poco tiempo. Su propio bebé. Esta idea hizo que se le formara un nudo de felicidad en la garganta. A veces se sentía muy solo viviendo en medio del silencio. Las únicas mascotas que podía tener eran las criaturas salvajes que domesticaba: los animales del bosque y algunos ratones del ático de sus padres. No tenía ningún amigo humano, ni esperanza alguna de poder tenerlo.

Un bebé... Wei Ying  se rodeó la cintura con los brazos. Estaba tan feliz que le costaba contenerse. Tendría alguien a quien amar. Aquello era lo mejor que le había pasado en la vida.

Después de sentarse con las piernas cruzadas en el centro de la cama, posó las manos sobre su vientre. Por más que lo intentaba, no podía imaginar cómo se las había apañado para entrar en el. Y lo que era más importante, ¿cómo lograría salir de allí?

Cuando Wei Ying  era una niño, su madre le dijo que las hadas traían a los bebés y que los dejaban en los umbrales de las casas durante la noche

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Cuando Wei Ying  era una niño, su madre le dijo que las hadas traían a los bebés y que los dejaban en los umbrales de las casas durante la noche. Esta siempre le pareció una explicación perfectamente lógica, pues, si no los traían las hadas, ¿de qué otro lugar podían venir los bebés? Incluso las criaturas del bosque recién nacidas parecían aparecer junto a sus madres como por arte de magia. A excepción de los pájaros, desde luego. Wei Ying  sabía que ellos salían de los huevos. Las mamas pájaros, ponían los huevos y luego se sentaban sobre ellos hasta que sus polluelos salían del cascarón.

¿Sería posible que los bebés humanos también salieran de huevos? Esta simple idea hizo que se le acelerara el corazón. Si los huevos se enfriaban, los polluelos que se encontraban dentro nunca salían del cascarón. Wei Ying  supuso que morían allí.

A pesar de que era una calurosa noche de verano, se estremeció ante la idea. Se acostó y se cubrió hasta la barbilla con el edredón. No podía permitir que su bebé muriese.

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