🌌Capítulo 7🌌

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Campos o en la cantera, y pasaba las noches haciendo cuentas o descansando en el estudio.

La tercera noche, él acababa de arrellanarse en su silla favorita con una Taza de té  y un periódico local, cuando un chillido desgarrador retumbó en la habitación. Enseguida se enderezó en su asiento y se le erizaron los pelos de la nuca. Poco después se oyeron unos gritos.

Wangji  soltó una maldición y salió corriendo al pasillo, donde chocó con Huang, su ama de llaves, quien también se había alarmado al oír aquel escándalo. Después de recobrar el equilibrio con algo de dificultad, los dos se dirigieron hacia las escaleras. En el ascenso, Wangji  le sacó una ventaja considerable a la mujer. Huang, rellenita y de piernas cortas, iba jadeando detrás de él. Cuando Wangji  llegó a la habitación de los niños, encontró que la habían cerrado con llave por dentro.

Golpeó con fuerza el grueso panel de roble.

—¡Señora Hua! ¿Qué demonios está pasando?

—¡Ayúdeme! —La mujer parecía desesperada—. ¡Ay, Dios, ten piedad! ¡Ayúdeme, por favor!

—¡Jesús, María y José! –Huang se persinó, horrorizada.

Wangji  la hizo a un lado a empujones. Echándose un poco hacia atrás, le dio una fuerte patada a la puerta. La gruesa tabla de roble se mantuvo firme. Espoleado por los gritos procedentes de la habitación, dio varios pasos hacia atrás y embistió con todo su peso con el hombro contra la puerta. Tras el impacto, rebotó hacia atrás con tal violencia que prácticamente se estrelló contra la pared.

—¡Rayos!

Huang se llevó las manos a las sienes.

—¡Dios santo! ¿Qué está pasando ahí dentro?

Al parecer, se había armado la de Dios es Cristo. Wangji  miró la puerta con denodada resolución. Toda la vida había oído historias de hombres que echaban abajo puertas a patadas, y él no sería la excepción. Tenía que haber un truco para conseguirlo. Centrando toda su atención en el pomo de la puerta, retrocedió tanto como se lo permitió la pared que se encontraba detrás de él, dio dos pasos para coger impulso y plantó el pie justo debajo de la cerradura de latón. La estructura de madera se astilló, la puerta cedió y Wangji  entró en la habitación de los niños corriendo y tambaleándose. Sin dejar de dar tumbos, se detuvo a escasos centímetros de la señora Hua y Wei Ying , quienes parecían estar enzarzados en un combate mortal.

Tal era la confusión de aquellos cuerpos retorcidos, que Wangji  tardó un momento en entender lo que estaba pasando. Cuando finalmente lo hizo, abrió los ojos como platos. Wei Ying , la dócil criaturilla que según el doctor Wen nunca le causaría problemas, tenía los dientes clavados en el dedo de la señora Hua. Por lo visto, tenía la intención de liberar a la mujer. La cuidadora, dando saltos de dolor, golpeaba a su atacante en la cabeza y en los hombros para intentar soltarse. Antes de que Wangji  pudiese intervenir, la mujer decidió que los golpes simples no servían de nada y recurrió a los puños.

—¡Ya basta! —gritó Wangji .

Entró en la refriega, sin saber muy bien a quién debía salvar, si a Wei Ying , que estaba siendo aporreado, o a la señora Hua, que corría peligro de perder su dedo. Poco después, cayó vagamente en la cuenta de que Huang estaba participando en la pelea un poco desde fuera, por así decirlo: agarraba ropas por un lado, brazos y cabello por el otro, y su fuerte y aguda voz aumentaba el barullo reinante. Siguió, entonces, una pelea entre cuatro personas:  Wei Ying y la señora Hua, entrelazados en un peligroso abrazo, y Wangji  y Huang intentando separarlos sin mucho éxito. Justo en el momento en que Wangji  finalmente lograba abrir las mandíbulas fuertemente apretadas de Wei Ying , la desesperada señora Hua erró el blanco y le dio un fuerte golpe en la nariz a él.

Lo que dice tú corazónWhere stories live. Discover now