7. Héroe

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«No olvides los días en los que pensábamos que el "adiós" era una mentira»


PASADO

Tenía seis años y no entendía mucho de la vida.

La campana de la hora de dormir había sonado seis minutos atrás, pero ninguno de los dos niños en el jardín pareció prestarle mucha atención, ni siquiera el que estaba encargado de hacer dormir al otro. Uno de ellos, el pequeño, estaba de cuclillas con el rostro escondido en sus manos, y con la voz baja y lastimera hizo una pregunta al aire:

— ¿Por qué murió?

—Estaba herido —respondió el niño más grande.

El pequeño había hecho una expresión desdichada, ladeando la cabeza hacia un lado mientras se aferraba a la camisa del otro niño, quien permanecía de pie junto a él: no quiso soltarlo en ningún momento, menos cuando unas tímidas lágrimas bajaron de sus ojos verdes.

— ¿Volverá? —preguntó Megumi otra vez, y Sukuna negó con la cabeza.

— La muerte es una regla de la vida, con ella todo se acaba —contó el niño de cabellos castaños, poniéndose en cuclillas para hacerle compañía a Megumi. Frente a ellos, yacía el agujero hecho de tierra en las faldas de aquel árbol, con el pájaro fallecido descansando en su interior—. Morir significa jamás volver.

— ¿Cómo mamá?

Sukuna acaricio sutilmente los cabellos azabaches de Megumi, limpiando con la yema de los dedos los lagrimales del niño, esta vez; Sukuna afirmo con la cabeza.

—Como mamá —respondió—, pero hay un lugar especial donde nunca mueren, para ellos, la eternidad existe justo aquí.

Megumi bajo la mirada al dedo apoyado suavemente en su pecho.

— ¿En mi corazón? —preguntó Megumi, cohibido.

—Justamente ahí.

Megumi con la carita húmeda por el llanto, sonrió al sentir la simpática mano de Sukuna palpando su cabeza otra vez.

En esos momentos, ambos niños se encontraban en el jardín del hogar, debajo de uno de los tantos árboles que decoraban el terreno. En la tarde habían decidido pasar el rato jugando a las escondidas, pero en ese lapso, Megumi se había encontrado a un gorrión herido del ala, que al parecer, había caído de una de las ramas. Sin saber qué hacer, Megumi había estado un buen rato observando al inofensivo animal: hasta que producto del cansancio, el ave cerró los ojos para dormir, o al menos de esa manera lo había visto él.

No paso mucho tiempo para que Sukuna apareciera en búsqueda de Megumi, y se percatara de la situación. Sukuna, tras liberar un resoplido, había ido en busca de una pala a la bodega: solo tenía diez años, no estaba muy preparado para ese tipo de situaciones, menos decirle a un niño lo que significaba morir.

—Sukuna —lo llamo Megumi.

— ¿Si? —preguntó el castaño poniéndose de pie.

—Gracias.

Sukuna pestañeo un par de veces, sorprendido por las palabras de Megumi, no se esperaba un agradecimiento de su parte. Es decir, el Zen'in era un niño muy dulce, mucho más que el testarudo de Yuji, pero a Sukuna todavía se le hacía extraño saber que existía alguien en esa casa que fuera así de adorable, después de todo, los Zen'in tenían la fama de ser unos desgraciados.

—De nada, Megumi —le respondió Sukuna, divertido—. Eres realmente tierno, ¿lo sabías?

El niño negó con la cabeza y Sukuna sonrió ladeado. Megumi aún permanecía con la mano aferrada a la camisa de Sukuna: sin intenciones de soltarlo y sin siquiera importarle lo sucia que esta estaba con tierra.
Sukuna podía ser muy joven todavía, pero debido a los trabajos que de vez en cuando lo mandaban a hacer, había aprendido a utilizar las herramientas como lo hacía un adulto.

Missing my loverWhere stories live. Discover now