23. Una verdad cruel

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«No puedo vivir conmigo mismo, así que por favor quédate esta noche»


Yuji no era el chico más listo del mundo, solo le gustaba programar y las matemáticas; a diferencia de Sukuna, el aprendizaje le aburría y no buscaba ser el más listo del salón. Aun así, para otro tipo de asuntos, podía ser la persona más ingeniosa del mundo, y bien lo había demostrado en más de una ocasión. Es por esto que apenas tuvo una ligera noción de conciencia, se dispuso a prestar atención a su entorno: primero olio un desagradable aroma a madera quemada, el olor a óxido típico de la sangre, y por último, el perfume de esa persona que lo había estado abrumando desde hace tiempo.

Al abrir los ojos, Yuji lo vio sentado en el piloto de la camioneta conduciendo hacia un destino desconocido, sabía que Satoru se había percatado de su despertar, y también sabía lo que había sucedido en la mansión de los Zen'in: destrucción y muerte. En el proceso de todo, la única pregunta que rondaba por la mente de Yuji era: ¿por qué?

—Si no te calmas, no te voy a soltar —le aseguró Satoru, sin quitar la vista de las calles.

—Eresh ung enfegmo —masculló Yuji, con la mordaza en la boca, luego la empujo con la lengua, logrando retomar el aliento— ¡Eres un enfermo, déjame ir ahora!

—¿Eh?, claro que no, si te suelto me vas a morder.

—¡Oh, te haré cosas mucho peores que eso!

—Vaya, eso me gusta, puede que reconsidere el liberarte.

—¡No estoy jugando, ah, maldición!

Yuji cerró los ojos con rabia y apretó los dientes hasta que su mandíbula dolió. Odiaba que Satoru no fuera una persona con la cual pudiera establecer una conversación normal por cinco minutos, solo eso pedía, cinco minutos sin una estupidez saliendo de su boca.

Tras aceptar que luchar solo sería un gasto de energía, miro por la ventana, pero esta estaba polarizada y era difícil saber a dónde se dirigían. Entonces el recuerdo de la mansión en llamas volvió a su mente: Satoru disparándole a los hombres de Toji y Sukuna huyendo con Megumi en el carro de Naoya. Los Zen'in que había visto por última vez, tan enfadados y dispuestos a vengarse de quienes los humillaron. Era tan escalofriante que Yuji sintió ganas de vomitar. ¿Por qué la policía había atacado la mansión?, ¿a dónde se fueron Sukuna y Megumi?, ¿qué pasaría con él ahora?

Se sentía abandonado, otra vez, como cuando Sukuna se marchó hace cuatro años dejándolo atrás. No es que estuviera celoso de Megumi, era su mejor amigo y lo quería más que a nadie en el mundo, pero... Sukuna era su hermano, su única familia, ¿por qué no lo priorizo a él? Yuji sacudió la cabeza, intentando borrar esos pensamientos, eso no era lo importante ahora. Necesitaba saber que ambos estaban bien, que sus únicos hermanos estaban en un lugar seguro y que no lo dejarían atrás, en esos momentos, necesitaba sentirse querido por alguien, quien sea.

—Te quedaste inesperadamente tranquilo.

La voz de Satoru llego a sus oídos, y Yuji levanto la vista buscándolo, para después responderle:

—No me siento bien.

—Yo estoy de lujo.

Yuji rodó los ojos, dejando descansar la cabeza en los asientos y oyendo la risa del peliblanco de fondo. Bueno, al menos esa molestia lo había interrumpido y por unos breves segundos la tristeza que comenzaba a formarse en su interior desapareció. Yuji arrugó la nariz, no quería seguir pensando: le dolía la cabeza y odiaba estar cubierto de cenizas, a donde sea que se dirigían, esperaba que tuviera un maldito baño

Missing my loverWhere stories live. Discover now