12. La otra cara de la moneda

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«Si te mostrara todos mis defectos, si no pudiese ser más fuerte, dime honestamente, ¿me seguirás amando de la misma forma?»



Ya iban siendo varios meses desde su llegada y la nieve cayendo en el exterior no hacía más que recordárselo. Sukuna, sentado en la barra de la lujosa taberna, miraba su reflejo en las botellas de licores de la estantería, pero no logro ver más allá que la imagen de un solitario desconocido.

— ¿Cuánto tiempo se quedará en esos lados, jefe Ryomen? —preguntó una voz masculina del otro lado de la línea. Sukuna Ryomen sujeto con sutileza la copa de vidrio del martini que estaba bebiendo, dándole varias vueltas para revolverlo—. Yo sé que volver a su pueblo natal debe ser muy divertido —continuó diciendo la persona en la llamada—, pero debido a su ausencia los peces gordos se encuentran intranquilos.

Sukuna libero de sus labios un gruñido molesto, y tras chasquear la lengua bebió un sorbo del martini. En los dedos, Sukuna traía unos anchos anillos de plata que resplandecían elegantes en sus fuertes manos, y como acostumbraba a usar; vestía la camisa negra remangada hasta los codos, dejando al descubierto los llamativos tatuajes de sus antebrazos

—No tengo planeado regresar aun —respondió Sukuna, para después añadir con ironía—, pero confió en que lograras calmar el asunto, ¿no, Mahito?

Mahito jugueteo con el mechón de su largo cabello, en esos momentos se encontraba en la oficina de Sukuna en Londres: con las piernas apoyadas cómodamente sobre el escritorio y recostado en el elegante asiento de cuero. Mahito había sido el asignado para reemplazar a Sukuna en sus días de ausencia, y aunque al principio quiso negarse porque no tenía idea de liderazgo, acabo cediendo por petición del mismo Sukuna.

—Por supuesto, pero los chicos lo extrañan —contó Mahito—, ya sabe, los mayores no causan problemas, pero los jóvenes preguntan todos los días por su regreso.

—El trabajo de niñera lo tomas tú, no me involucres con esos mocosos.

Mahito no pudo evitar reír divertido.

—Bueno, además de eso, últimamente son muchos los nuevos reclutas que quieren conocerlo.

Sukuna suspiró, desde que había tomado el mando de la asociación que el número de interesados había aumentado considerablemente, y muchos de ellos no llegaban ni a los veinte años. Sukuna no sabía si tomárselo como algo bueno o malo: quería pensar que tener gente de su lado, era mejor que tenerla en contra.

—Asegúrate de entrenarlos bien, necesito que estén preparados para mi regreso.

Sukuna escucho a Mahito acomodarse en el asiento.

— ¿Va bien el plan? —preguntó Mahito—, Uraume no me quiere decir nada, es una malhumorada.

—Yo le pedí que fuera discreta —contó Sukuna—, de momento, preferiría evitar problemas con el Zen'in.

—Supongo... —Mahito suspiró—. No sé qué lo está retardando tanto, jefe, pero entre mayor es la espera, también es el peligro que corren nuestros cuellos.

—Lo sé —respondió Sukuna—, sabes que esta es mi guerra Mahito, los demás y tú pueden marcharse cuando quieran.

—No lo haré, nadie lo hará —aseguró Mahito—. Todos contamos con usted, espero me contacte cuando inicie el plan.

—Seguro.

Y con eso finalizo la llamada. Mahito era uno de sus hombres más fieles, lo había conocido cuando llego a Londres cuatro años atrás y al igual que él, Mahito estaba marcado por el mismo horrible destino: ser esclavos de los Zen'in.

Missing my loverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora