21. Apunta, jala el gatillo

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Segundo arco:
El escape de Sugisawa.

Debió haber muerto a los ocho años en el atardecer de aquel desalmado miércoles, pero por alguna razón, el destino lo había querido con vida. Sukuna, desde el asiento del piloto, recorrió con los dedos el borde del volante sin quitar la mirada de la carretera: conducía hacia la salida del pueblo en el bugatti que había robado de la mansión Zen'in y de vez en cuando daba vistazos en el espejo retrovisor, asegurándose de que nadie los siguiera.

Dentro de poco, Sukuna sintió movimiento en su lado derecho, comprobando que Megumi finalmente estaba despertando: el suspiro de dolor del chico había acabado con el reinante silencio, y Megumi movió la cabeza a un lado evitando la luz del alumbrado eléctrico de la carretera. En el exterior, Megumi era capaz de oír el viento descontrolado de las montañas, además del sonido de unas llantas en el pavimento, aún sin estar del todo consiente, usó la razón para determinar que se encontraba en el interior de un vehículo en movimiento.

—Despierta.

Megumi sintió el peso de una mano que lo zamarreaba y gracias al meneo logro abrir los ojos por un breve instante, pero debido a la pesadez de sus parpados se vió obligado a volverlos a cerrar. Al mismo tiempo, fue atacado por las repentinas imágenes de lo sucedido en la noche de su cumpleaños: recordaba el fuego, la sangre y las máscaras, al igual que los oscuros ojos de su padre que gritaban una inquietante advertencia: «iré por ti».

Intentando ignorar los desagradables recuerdos, Megumi, poco a poco, fue acomodándose y sintiendo su vista más clara: se encontró de frente con la guantera del vehículo, luego divisó el volante y la silueta de unas manos con unos misteriosos guantes negros. Sukuna traía un uniforme militar de color negro y lo observaba con el rabillo del ojo, como si estuviera esperando una reacción por parte de él. Pero Megumi ni siquiera pudo emitir una palabra, pues el frío repentino que gobernó su cuerpo lo hizo temblar, y adolorido, se abrazó así mismo.

—Lo siento, pondré la calefacción —le dijo Sukuna, tocando los botones del tablero.

—Estoy bien.

—Es una mierda, lo sé, pero no tienes que hacerte el duro aquí —le dijo Sukuna, y el rostro de consternación del pelinegro era elocuente—, no conmigo, Megumi.

Entonces, el sollozo ahogado de Megumi gobernó el interior del vehículo y Sukuna le permitió llorar todo lo que hiciera falta. Megumi apretó los parpados y arrugo la nariz como un niño pequeño, ni siquiera el dolor ardiente de su garganta detuvo la infinita tristeza que lo abrumaba. Aun así, entremedio de la miseria, Megumi se armó de valor para decir:

—Siempre vi a mi padre como a un héroe, pero ahora es el monstruo bajo mi cama.

—De momento tienes que concentrarte en ti —le dijo Sukuna, y su voz sonó como la orden de un soldado—, te encuentras vulnerable, lo entiendo, pero en momentos difíciles es cuando no debes perder tu voluntad Megumi, es lo único que te hará seguir.

—Pero no sé cuál es mi voluntad, ni siquiera sé que haré a partir de ahora —murmuró Megumi, con la mirada perdida en la ventana.

Sukuna conocía a Megumi desde la infancia, y pese a que el chico había adoptado una personalidad hostil y desafiante a lo largo de los años, en el fondo, seguía siendo el mismo tímido joven de buen corazón que adoraba proteger a los suyos. Era normal que Megumi se sintiera desesperanzado en una situación tan horrible como la que estaba viviendo, pero Sukuna confiaba en la fortaleza del mocoso, si de algo estaba seguro, era que Megumi jamás debía ser subestimado.

—¿Querías proteger al pueblo, no? —le dijo Sukuna—, ahora lo estás haciendo, manteniéndote a salvo, podrás cuidar de esa gente que te necesita.

Missing my loverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora