22. En las profundidades

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«No quiero respirar, a menos que te sienta a mi lado, tú te llevas el dolor que siento»


Megumi tenía un rostro pequeño y, debido a las bajas temperaturas, la piel se le había vuelto tan blanquecina como la misma nieve. Sukuna lo contemplo con cada paso que daban, notando las pestañas cubiertas de una ligera escarcha y la delicada mano sosteniendo la suya con fuerza, como un niño que teme perderse en el supermercado.

—Concéntrate.

Sukuna sonrió de lado, también le gustaba el sonido de su voz, pese a provenir de una lengua maliciosa.

—Eso hago —le respondió Sukuna.

—Si, claro.

Sukuna se mordió el labio inferior, divertido por la actitud de Megumi. Aunque el mocoso temblara de pies a cabeza producto del clima y la riesgosa situación, seguía siendo el mismo Fushiguro Megumi de siempre. Después, mientras Sukuna divagaba en sus pensamientos, se detuvieron en medio de una bajada de rocas, el torrente de agua que conformaba el río rugía embravecido junto a ellos y en lo alto de uno de los árboles, yacía una inadvertida cámara de seguridad.

— ¿Qué hacemos?, si le lanzamos una piedra quizás se caiga —dijo Megumi—, ¿sigues siendo bueno para el beisbol?

—Por supuesto, mi príncipe, el mejor jugador del país no se oxida tan rápido —le contesto Sukuna, coqueto, para después agarrar una piedra del suelo—. Pero no pretendo que caiga, podría levantar sospechas.

—¿Y qué harás?

—Observa.

Sukuna jugueteo con la piedra por un par de segundos, lanzándola en el aire y volviéndola a atajar. Para cuando Megumi se cruzó de brazos con una mueca en el rostro por la innecesaria espera, Sukuna lanzó con todas sus fuerzas y el objeto salió proyectado hacia la cámara de seguridad: logrando que el soporte se moviera en otra dirección y la cámara enfocara lejos del camino.

— Te lo dije, aún no pierdo la magia —exclamó Sukuna, orgulloso de su labor.

—Impresionante —dijo Megumi, ladeando sus manos para quitarle importancia—, pero esa vez cuando te quite el cigarro de la boca con una piedra fue más impresionante.

El pelinegro se hizo paso por la bajada de piedras mientras que Sukuna le dedicaba una mala mirada desde arriba. Aún me debes ese cigarro, pensó el castaño, formando un mohín con los labios.

En el trayecto volvieron a toparse con varias cámaras de seguridad, pero gracias a las estrategias que se les ocurrían como equipo lograron esquivarlas sin problemas. El bosque estaba particularmente silencioso, incluso era posible detectar a los animales nocturnos de la zona; un simpático búho de grandes ojos, insectos ruidosos y, por un momento, Sukuna creyó haber visto una pareja de zorros. Si bien el clima no era el mejor de todos, dentro de poco comenzaron a entrar en calor producto de la caminata.

Sin embargo, para cuando se encontraron en la zona más oscura del bosque, aquella donde la sombra de la montaña ocultaba cualquier luz del cielo, la situación dio un vuelco extraño: Megumi, quien iba caminando a paso tranquilo a las espaldas de Sukuna, sintió el peso de una mano sobre su hombro. No debía ser nada preocupante si se encontraba acompañado, pero cuando elevo la cabeza viendo a Sukuna agacharse para cruzar debajo de una rama, a unos seis metros de distancia, fue cuando entro en pánico y la preocupación agobio su cuerpo.

Megumi pego un salto violento, al punto de caer al suelo manchándose con la tierra húmeda de la ribera. El grito que había proporcionado llego a los oídos de Sukuna, haciéndolo reaccionar; se volteó enseguida y sin pensarlo dos veces saco su arma del bolsillo, apuntando en la dirección donde Megumi miraba estupefacto. Pero... lo más escalofriante de todo, fue saber que ahí no había nada. Megumi parpadeo un par de veces, incrédulo, estaba seguro de que había sentido a alguien a su lado, incluso esa persona había tenido el descaro de tocarlo.

Missing my loverWhere stories live. Discover now