Capítulo 35

58 18 27
                                    

Termino de colocar una sábana que he encontrado por casa encima de mi ya terminado cuadro y reviso que todo esté en orden. El letrero de Feliz Cumpleaños, formado por diferentes globos (cada globo formando una letra) se encuentra en el centro del salón, detrás de la pintura que pienso regalarle a Leo.

Entro en la cocina y comienzo a trasladar el desayuno a la mesa del comedor del salón. Me lleva varios minutos dejar la mesa acorde a lo que tengo en mente, pero creo que merece la pena. El café, algo indispensable en nuestras mañanas, se ve acompañado de un montón de pancakes, huevos revueltos, diferentes frutas, pan y mermelada casera que Florence hace de maravilla. No pienso fingir que la he hecho yo, porque bastante es que las tortitas me hayan quedado bien.

Cuando me siento satisfecha con todo, me dirijo a la habitación para despertar al cumpleañero.

La sábana sólo cubre sus piernas, no entiendo cómo puede dormir casi desnudo sin taparse y no morirse de frío.

―Buenos días, cumpleañero ―lo despierto entre besos―. Venga, arriba, que no todos los días se cumplen años.

―No me lo recuerdes ―dice con voz ronca.

―Venga, si cada día estás más guapo. Anda, levanta ―digo colocándome sobre él―. Te he preparado el desayuno, no desaproveches esta oportunidad.

Leo sonríe y se coloca boca arriba, asegurándose de que yo quede en la misma posición que tenía antes de que se girara.

―Sí que es un día especial si tú te levantas primero.

―Oye, ¡no te metas conmigo! ―digo fingiendo molestarme―. Que sea tu cumple no te da derecho a decirme lo que quieras.

―¿No? ―su mano se desliza por debajo de la camiseta que traigo puesta, acariciando mi espalda―. Tenía pensado decirte muchas cosas, pero si no me dejas ―acompaña sus palabras bajando su mano a mis bragas― tendré que demostrarte lo que quiero decir ―apretando una de mis nalgas, eleva su cara para besarme con ganas.

Nunca llegaré a saciarme de sus besos, de sus caricias, de la pasión que pone a todo lo que hace.

―Ahora no, profesor ―digo separándome levemente―, el desayuno se enfriará si no vamos ya.

Con un último pico, me levanto y guío a Leo al salón.

―Kat, esto es... Te has pasado ―su mirada viaja de la mesa hacia los globos, parando, finalmente, en el cuadro tapado―. ¿Eso qué es? ―pregunta señalándolo.

―Eso es para después.

A regañadientes, accede a esperar.

―Creo que a partir de ahora te quedarás como la cocinera asignada de nuestro humilde hogar ―bromea, o eso espero, tras terminar.

―He tenido que levantarme a las seis para que me quedara un desayuno decente. Lo siento, pero seguirás cocinando tú. Yo puedo ser tu pinche, si quieres ―ofrezco antes de que proteste―, pero necesito que tú seas la cabeza pensante. Y no lo digo sólo por mi comodidad, sino por nuestra salud. En serio, no te hagas esto.

―Vale, tú ganas ―responde tras una carcajada―. Ahora dame mi regalo.

Tras darle un suave beso en los labios, entrelazo sus manos con las mías para guiarlo hasta mi última creación.

―Es una tontería, no me ha quedado como esperaba y mereces mucho más, pero tampoco sabía qué regalarte, porque tienes de todo, y soy pésima con los regalos y...

―Kat, ya está ―interrumpe, cosa que agradezco, pues mi verborrea ya comenzaba a ser ridícula―. Ningún regalo podrá superar nunca el tenerte a mi lado.

La chica nuevaWhere stories live. Discover now