|1|

3.2K 313 14
                                    

Se pasa la mano por la cara, dejando a un lado la máscara negra. Últimamente solía salir de noche a patrullar, pues el insomnio aparecía siempre que intentaba dormir. Aquel día se sentía agotado. Ni siquiera iría a casa, no tenía ganas de conducir hasta allí. Dormiría en las habitaciones de la sede, tampoco sería la primera vez.

Aparta a un lado. Debía reponer el suministro de vendas en el armario, ya hacía unos días que no había y tenía que coger de la comisaría del sur. Colocándose la máscara de vuelta, camina hacia la farmacia. Pero se detiene cuando observa el cartel de "Cerrado" y las vitrinas tapadas. Suspira, se suponía que eran veinticuatro horas.

—Bueno, mañana vendré otra vez—se rinde con facilidad, no tenía ánimos para buscar otra que estuviera operativa.

Se gira para ir de nuevo al coche, pero algo, o más bien alguien, le hace fruncir el ceño. Camina hacia el sitio donde apenas las farolas alumbran, con una mano en la pistola de su cinturilla por si acaso. Pero sus cejas de disparan hacia arriba cuando ve un pequeño puesto rosa, con un montón de corazones y y gran cartel.

—¿Hola? —Saluda confuso.

Entonces, un hombre enciende una gran lámpara y le muestra una sonrisa abierta.

—Buenas noches, federal. Siento la oscuridad, las luces no llegan a esta esquina—explica con felicidad.

Horacio nunca había visto aquel puesto, y solía venir a esta ubicación.

—¿Es nuevo en la ciudad, señor? —Cuestiona, dejando la postura defensiva y dejando caer ambos brazos a sus costados.

—Sí, solo estoy de paso. El ayuntamiento me ha dejado ponerme aquí mientras tramito unos papeles—comenta con rapidez, quitándole importancia con un movimiento de manos—. ¿Qué le trae por aquí, agente?

—Venía a comprar unas vendas a la farmacia—explica señalando a sus espaldas.

—Oh—asiente.

Entonces, el del FBI se fija en lo que vende.

—¿San Valentín? —Interroga sorprendido.

—Sí—vuelve a asentir efusivo.

—Pero fue hace un mes—ladea la cabeza, observándole extrañado.

—¡Ah, eso no es problema! Me las quitan de las manos—ríe, atrapando una caja y tendiéndosela.

Aquel hombre era bajo, más de lo normal. Se notaba que no era de la ciudad, incluso tenía un acento raro, aunque Horacio no podía identificar su origen.

—Se las quitan de las manos...—murmura para sí mismo, analizando el empaquetado de la caja.

Era simple, y a la vez llamativo. Desde dentro se podían ver unas galletas con forma de corazón y chispas de chocolate. Aún tapadas, podía olerse el aroma a recién hecho, causando que el estómago de Pérez ruja hambriento.

—¿Quiere una caja, señor? —Pregunta el vendedor, mirándole expectante desde su sitio.

Este se encoge de hombros, sin pensárselo antes de contestar.

—Está bien, me llevaré esta. Huelen de maravilla—levanta la que tiene en las manos, sacando el dinero que indica en el cartel de a un lado.

Tras dárselo justo, vuelve a mirarle para despedirse.

—Disfrútelas, señor—sonríe el extraño hombre.

—Buenas noches—asiente, dándose la vuelta y comenzando a caminar en dirección al coche.

Entonces, recuerda algo y vuelve a girarse para comentárselo. Frunce el ceño de golpe, pues ya no hay rastro de nadie. Mira al suelo, encontrando un papel, y lo recoge para ojearlo.
No sabía qué idioma era, pero lo arruga en su palma mientras busca alrededor en la larga oscuridad. Estaba demasiado agotado para pensar en eso, tal vez sólo era rápido, y aquel puesto no parecía pesado de cargar. Se encoge de hombros, despreocupado. Ahora solo quería llegar a la sede y fundirse en un profundo sueño.

Galletas de amor. |AU Volkacio|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora