|23|

1.3K 199 5
                                    


Mira el escaparate de la herbolaria. Después de ese intenso momento con el federal, apenas había podido salir de servicio debido a los nervios que seguían carcomiéndole. Así, ya era muy temprano, y no había dormido. Extiende el brazo y da unos toques a la puerta, esperando que haya alguien despierto a pesar de la hora. Espera y sigue esperando. Su mirada se ilumina cuando esta es abierta, y baja la vista para encontrarse con Rose.

—Suba, comisario, iba a abrir justo ahora—se hace a un lado.

—Muchas gracias—contesta, adentrándose.

Ambos suben las escaleras en silencio hasta que llegan a la tienda. Allí, la pequeña mujer va detrás del mostrador.

—¿Quería algo? —Cuestiona.

—¿Tiene alguna pomada para el dolor? —Pregunta nervioso.

—¿Qué tipo de dolor?

Sube a un taburete y comienza a ver unos botes.

—Un hinchazón en el abdomen—informa, recordando el morado que comenzaba a formarse en las costillas de Horacio.

—¿Como un moretón?

—Sí.

—Espere—se va.

Volkov espera paciente. Luego, la señora vuelve con un pequeño frasco de cristal. Lo pone encima del mostrador.

—Eso le ayudará—indica, mostrándoselo y metiéndolo en una pequeña bolsa de papel.

El ruso le da el dinero correspondiente.

—¿Necesita algo más? ¿Tiene más heridas o dolores?

—No, no. No es para mí—niega.

—Oh, ¿para el otro agente?

—¿Otro agente?

—Sí, aquel que vino con usted la otra vez. Que tiene los ojos de diferente color—describe.

—Sí, para ese—mira la bolsa.

—Parece que les va bien. Me alegro—sonríe.

El comisario se rasca la nuca sin saber qué decir.

—No desperdicie el tiempo, comisario.

Viktor asiente, de repente comenzaba a sentirse algo cansado. Tal vez ya era hora de volver a casa y regresar de servicio más tarde.

—Muchas gracias—medio sonríe.

—Tenga buen día—la mujer le devuelve el gesto con alegría.

—Igualmente.

Finalmente, sale de allí. Mira la hora en el reloj de su muñeca. ¿Qué tan temprano sería para ir a llevarle las medicinas?

Se monta en el patrulla y arranca.

[...]

«Tal vez siga durmiendo», piensa, mirando las verjas de su casa. «Solo déjale las medicinas y vete», se autoconvence. Resopla, apagando el motor y saliendo del coche. Recorre la distancia hacia su puerta a paso apresurado. Da un par de toques, evitando pulsar el timbre. Si estaba despierto lo escucharía, si no, volvería más tarde. Casi se sobresalta cuando abren segundos después.

—¿Te he despertado? —Frunce el ceño, arrepentido.

—No, ya estaba despierto—bosteza.

Galletas de amor. |AU Volkacio|Where stories live. Discover now