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Tras haber estado un largo rato quitándose toda la ropa de su parte superior, logra ver una gran marca roja en su costado izquierdo. Aquello se volvería morado dentro de unas horas. Suspira, acostumbrado. Enciende el agua, esperando a que se caliente. Mientras, se desata las botas negras. Se mira al espejo, cayendo en cuenta de que no puede ducharse con las vendas. Apaga el grifo devuelta. Abre la puerta del baño y sale. Camina hasta la cocina en silencio, y se para justo en la entrada, encontrando a Volkov de espaldas preparando algo que no puede ver. Parece que este no se percata de su presencia, pues está muy concentrado leyendo algo en su móvil mientras que mantiene sus manos ocupadas en lo que sea que prepare. Segundos después, Horacio reacciona y entra, captando su atención.

—¿Sigues aquí? —Aclara su voz antes de hablar.

Viktor no contesta al instante, sino que baila su mirada desde su hombro vendado, hasta su otro intacto. Luego, se fija en su pecho, y más tarde en la marca roja que tiene a un lado en las costillas. Finalmente, se obliga a volver su mirada hacia delante antes de ser pillado. Aún así, no contesta, pues esa pregunta ya tiene respuesta. Se percata de como Horacio se inclina para tomar un rollo de papel film transparente. Pero, en vez de irse de nuevo, comienza a enrollárselo alrededor del vendaje ahí mismo, aunque a unos metros de distancia. Está apoyado en el otro extremo de la encimera, y sus movimientos son bruscos y golpes. El comisario termina de hacer lo que estaba haciendo y lo mete de vuelta en la bolsa de cartón. Atrapa el sándwich que había preparado y se gira para ofrecérselo al federal. Este levanta la vista de su tarea y le mira sin saber qué hacer.

—Come algo.

—Déjalo allí encima, ahora no puedo cogerlo—habla sin alzar la voz.

Entonces Volkov, cansado de todo aquello, aparta una de sus manos de lo que está haciendo, y antes de que pueda decir nada, quita el plástico que le envuelve y le arrebata el rollo para comenzar a hacerlo él de manera correcta. El contrario guarda silencio. Uno estaba cansado de aquel tira y afloja, y el otro lo estaba de pretender que le era indiferente su presencia.

—¿Puedes levantar el brazo? —Cuestiona.

Este lo hace, aunque comienza a temblar involuntariamente por lo débil que estaba esa zona. Entonces, el de pelo plateado toma su antebrazo con delicadeza y lo posa sobre su hombro, quedando así estirado. Aquello causa que la distancia entre los dos parezca menor. En silencio, el federal se permite comer el sándwich que le ha preparado, mientras que el comisario cubre su vendaje correctamente.

—¿Qué estabas preparando antes? —Se atreve a preguntar.

—Infusiones—contesta con simpleza.

—¿Sigues enfermo? —Frunce el ceño.

—No.

—¿Entonces?

—Esas hierbas también sirven para el dolor.

Entonces lo entiende. Estaba usando esas medicinas para él, en vez de para su resfriado como debería haber sido en un principio. Traga su último bocado, sin palabras. El jefe de la policía también termina con su tarea, ahora subiendo la vista para ver porqué estaba tan callado de repente. Se sorprende al verle observándole directamente a los ojos.

—Ya está—habla más bajo que antes, también concentrado en el cambio de color de sus irises.

Este no parece reaccionar hasta que corta el plástico. Entonces, aparta el brazo de su hombro.

—G-gracias—mira a otro lado, saliendo de aquel acorralamiento.

Va directo a la nevera para beber agua. Viktor, por otra parte, seguía en la misma posición, maldiciéndose mentalmente. Toma aire. Deja el rollo sobre la encimera.

—¿Vas a volver a ponerte de servicio? —Pregunta el de cresta.

—Sí—ve cómo se gira para verle de nuevo.

Asiente sin saber qué decir. No estaban muy lejos, aún así sí lo parecía. Se hunden en un silencio donde ninguno de los dos mira al otro.

—Oye—llama Horacio luego de un rato—, tengo algo que decirte.

Volkov enfoca su vista en él, curioso. Se apoya donde antes lo estaba él y se cruza de hombros, un poco incómodo por el uniforme que seguía teniendo.

—Claro, dime.

Este camina hasta sentarse en una de las sillas de la mesa de la cocina. Se toma unos segundos, luego comienza a hablar.

—Hace una semana volví a encontrarme al señor que me vendió esas galletas—mira al suelo.

—¿Cómo? —Frunce el ceño.

—Fui a la herbolaria para comprar...—resopla y señala la bolsa con su pulgar—eso. Y me lo encontré allí. Pensaba que iba a detenerle pero sólo le pedí una explicación.

Aquello era lo último que se esperaba escuchar, pero se mantiene en silencio, atento.

—Parece ser que esas galletas que me vendió tenían una receta diferente a la que nos dijo la señora aquel día.

—¿Y?

—Tenías razón, no son mágicas—ahora sí sube la vista para ver su reacción, pero este no comprendía nada.

—¿Qué quieres decir con eso?

Suspira.

—Que solo llevaban hierbas medicinales que profundizaban algunas sensaciones, no sé exactamente cuáles. Me dijo que si surgieron un supuesto efecto es porque seguramente ya era previo a comerlas.

Se levanta de la silla, aparentando tranquilidad.

—Así que, aquí queda zanjado el tema—finaliza.

Se voltea para escapar, pero le detiene. Le mira confuso, mirando su mano enredada en su muñeca. Viktor también lo hace, había sido un impulso que ni siquiera había sopesado antes.

—¿Qué? —Interroga Horacio.

—¿Q-qué quieres decir con eso? —No podía mirarle a la cara, entendía la razón de ello, pero no sabía porque se sentía tan ansioso de repente.

—¿Cómo que qué quiero decir? —Bufa—¿Acaso no recuerdas mi confesión en comisaría, Volkov?

Aquello le toma por sorpresa, sobretodo por la lástima que cubre su tono.

—Claro que sí—se atreve a mirarlo, con el ceño fruncido.

Este suspira, dándole una pequeña sonrisa triste, rendido. Relaja los hombros. Finalmente habla.

—Da igual, Volkov. Siento haberte confundido con todo eso de las galletas, en serio—traga saliva.

El comisario no sabía qué decir.

—Supongo que ya podemos volver a estar como antes—se libra de su zafe con delicadeza—. Puedes volver a comisaría. No te preocupes, no volveré a ignorarte.

Se gira para irse. Y, como si aquello hubiese sido un sueño, el ruso queda allí de pie, con la boca abierta, sin poder haber expresado lo que verdaderamente pensaba.

Galletas de amor. |AU Volkacio|Where stories live. Discover now