|Epílogo|

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Un pinchazo en su hombro le despierta. Frunce el ceño, confuso. No tarda mucho en caer en cuenta de que se trata de la herida de bala reciente. Bufa, intentando adaptar la vista en la oscuridad de la habitación. Entonces, alguien se mueve a su izquierda, y mira al instante en esa dirección, ganando otro pinchazo en su brazo. Sisea. La imagen ante sus ojos, que puede ver con algo de claridad ahora que está más despejada su mente, le quita el aliento de nuevo. Volkov se mantiene boca abajo, mirando en su dirección, aún dormido. Su respiración es calmada, casi siguiendo un ritmo imaginario. Aquel escenario producía en el interior del federal una paz desbordante. No sabía cuánto tiempo había estado esperando por aquello, pero ahora que lo tenía en frente, no sabía cómo reaccionar.

Suspira sin hacer ruido, y mira a su mesita de noche. Eran las tres de la tarde. Con cuidado de no despertar al ruso, se sienta en la cama y de quita las sábanas que le cubren. Desnudo, rememora la experiencia de hace unas horas. Vuelve a mirar a Viktor. Finalmente, descalzo, se levanta y camina hacia el baño de su habitación. Enciende la luz y esta le deslumbra. Segundos después, va directo al lavabo, y abre el grifo de agua caliente, para llenar sus manos y lavarse así la cara. Se mira al espejo durante un buen rato, pensando en nada en particular.

      Mira su vendaje, recordando que debía curárselo. Comienza a quitarlo en silencio, tomando las cosas necesarias y limpiándolo con cuidado. Se pega una gasa nueva.

—¿Necesitas ayuda? —Habla una voz adormilada desde la puerta del baño.

Eso le hace sobresaltar y mirar en su dirección. Se había colocado sus bóxers de nuevo, pero no traía nada más. Él, en cambio, seguía completamente desnudo. El calor vuelve a parecer, ahora concentrado en su rostro. Intenta voltearse, pero una carcajada le detiene. Entonces vuelve a clavar su vista en él, ahora viéndole de espaldas para darle su privacidad. No sabía si eso era bueno para su sistema nervioso, pues los músculos de su ancha espalda se tensaban en aquella postura, ocasionando que Pérez no pudiera aportar sus ojos de esa dirección. Carraspea la garganta.

—¿Puedes traerme unos pantalones, por favor? —Cuestiona cohibido.

El de pelo plateado asiente y desaparece, haciendo que el contrario pueda respirar bien. No tarda en llegar, con el mismo pijama que llevaba esa mañana. Lo toma y se lo pone rápidamente, aunque sólo se trataba de la parte inferior. Ya más tranquilo, agarra unas nuevas vendas. Pero Volkov se las quita con delicadeza y sin previo aviso comienza a vendarle el brazo, tomándolo y colocándolo apoyado en su hombro para que esté levantado. Horacio mantiene su respiración a raya, pues su pulso se había acelerado de nuevo.

—Ya está—anuncia el ruso una vez termina.

—Gracias—habla el de cresta.

Pero ambos siguen en la misma posición.

—¿Has descansado? —Interroga el federal, intentando que aquello fuese menos incómodo.

—Sí—sonríe de lado—, hacía mucho que no dormía del tirón.

Este también sonríe. Entonces, Viktor toma su brazo extendido y lo retira de su hombro, sin soltar su mano. Mira en esa dirección.

—Horacio—habla momentos después, sin alzar demasiado la voz—, no quiero olvidar esto—suspira.

El nombrado deja de respirar, pero no dice nada.

—Estoy cansado de no poder quedarme donde me gusta estar—levanta la vista para clavarla en las gamas de colores tierra y verdoso de sus irises.

Y a este le estaban invadiendo las ganas repentinas de llorar.

—Yo también—acaba susurrando con voz entrecortada.

Los espacios entre frase y frase ya estaban más que entendidos por el otro. La energía entre ambos era cálida a pesar del frío del baño. Estar detrás de esa imagen pública impenetrable era agotador, y estar firme a los requisitos puestos por el resto, también.

Ambos suspiran a la vez. Horacio deja caer su frente en su hombro, pegándose más a él. Al momento las manos pálidas de Volkov se ajustan en su baja espalda, abrazándole en un silencio lleno. El comisario deja en su sien un beso. Este levanta la cabeza, aún abrazándole, y poniendo sus manos en su pecho, se inclina para dejar un casto beso en sus labios.

—Quédate, no vayas a trabajar hoy—susurra contra su boca.

—¿Puedo, federal? —Bromea.

—Es una orden—le sigue el juego antes de por fin unir sus labios de nuevo.

Galletas de amor. |AU Volkacio|Where stories live. Discover now