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Piensa un excusa rápida.

—A por remedios para el dolor de cabeza—levanta la pequeña bolsa que le había regalado la señora.

Horacio se voltea. Lleva su mano al borde de la máscara y se la retira. Volkov se queda pasmado con la imagen, pero recompone la postura para cuando el de cresta vuelve a mirarle.

—¿En serio? —Interroga avanzando, alargando la mano para que le pase la medicina.

Este lo hace sin pensarlo mucho, y el federal inspecciona la bolsa.

—¿Le duele la cabeza, comisario? —Pregunta ahora más cerca que antes, desviando los ojos del paquete de papel y fijándolos en él.

Viktor traga saliva. De nuevo había aparecido aquel nerviosismo.

—Sí.

—Tal vez sea por trabajar hasta tan tarde. Debería irse a casa—finaliza, dándoselo de vuelta.

—Podría decir lo mismo.

—Sí, pero yo no tengo dolores de cabeza.

Lo pone otra vez encima del escritorio, volviéndose para mirarle de nuevo. La imagen de su pelo despeinado, sus mejillas sonrojadas seguramente por llevar tanto tiempo la máscara oscura. Y la expresión seria que anteriormente nunca mostraba. Todo era tan diferente.

Pérez se percata de cómo se ha quedado en silencio y le observa sin parpadear. Y no puede culparle, porque él está haciendo lo mismo. Carraspea o garganta, rompiendo aquel contacto visual que había chocado durante unos segundos.

—Bueno, tengo que irme.

Alisa con las manos su máscara, dispuesto a ponérsela de nuevo. Entonces el comisario se pone recto y descruza los brazos.

—Sí, yo debería hacer lo mismo. Es tarde—mira la hora en el reloj redondo que hay en la pared.

Horacio mira hacia abajo, y su vista cae en sus brazos expuestos. También en cómo el jefe de policía se baja las mangas y se gira para rodear el escritorio e ir a por sus pertenencias. El del FBI frunce el ceño, ahora fijándose en las suelas de sus propias botas. ¿Por qué no se daba la vuelta y se iba? Sentía culpabilidad, ¿pero había razones? Era su decisión decirle o no si la galleta seguía haciendo efecto, y había optado por tergiversarla la verdad.

—¿Ocurre algo? —Cuestiona el de pelo plateado cuando le ve tan quieto, jugando con la tela de su pasamontañas.

El federal bufa. Odiaba que en aquel tipo de momentos su lado honesto y "antiguo" saliera a la luz, siendo como un subconsciente irritable.

—Te mentí. El efecto sigue. Buen servicio, comisario—dice con prisas y casi sin entendérsele.

Se cubre el rostro de nuevo y le mira, asintiéndole y dándose la vuelta para irse. Volkov, en su sitio, se queda con la boca abierta, intentando ordenar lo que le ha dicho. Le ve irse de su despacho con rapidez.

—¿Qué? —Se cuestiona así mismo, frunciendo el ceño.

Rodea su escritorio de nuevo y sale tras el federal, ve cómo se monta en el ascensor y cómo pulsa numerosas veces el botón cuando le ve avanzar por el pasillo. Para la desgracia del de cresta, Viktor consigue extender la mano para que las puertas no se cierren.

—¿Qué ha dicho? —Interroga una vez dentro.

—No voy a repetirlo—le huye la mirada.

Galletas de amor. |AU Volkacio|Where stories live. Discover now