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Abre con rapidez la puerta del coche, y ni siquiera lo cierra antes de caminar a paso apresurado hacia esa dirección. El otro se percata de su presencia al instante, y se sorprende al ver el uniforme policial. Entonces, parece reconocerle a pesar de no llevar el rostro tapado, y se gira para huir lo antes posible. Sabía perfectamente el porqué de su enfado.

—¡Alto ahí! —Exclama Horacio, alcanzándole.

Evitando usar el táser, extiende el brazo, atrapando el suyo y deteniéndole. La diferencia de altura era notable, aunque era más alto que la mujer de la herbolaria, seguía siendo de baja estatura, lo que hacía más difícil para el federal retenerle.

—¡Oh, agente! No le había visto, ¿ocurre algo? —Sonríe como si no hubiese pasado nada.

El contrario confirma su identidad, recordaba esa voz.

—¿Que si ocurre algo? —Cuestiona atónito.

Por su culpa todo se había complicado a niveles estratosféricos. Aún así, toma aire, calmándose y soltándole.

—¿Acaso no me recuerda? —Interroga Pérez, poniendo sus brazos en jarra.

—Mmm... Déjeme pensar—entrecierra los ojos, inspeccionándole—. No, la verdad, lo siento.

Se rasca la nuca con torpeza, mirando a otro lado, lo que le indica a Horacio que miente. Aún así, lo deja pasar.

—Me vendió una galletas de San Valentín hace tiempo, por la noche—le refresca la memoria, aunque estaba seguro de que le recordaba a la perfección.

El hombre se toma unos segundos antes de formar una "O" con su boca.

—¡Oh, sí! No le había reconocido sin el pasamontañas.

El federal cae en cuenta de eso. Había salido sin pensarlo del coche, tanto que no había recordado que no tenía algo para tapar su rostro y mantener la identidad secreta. Cierra los ojos con fuerza durante unos segundos, cosa que no pasa desapercibida para el vendedor. Sonríe con malicia, sabiendo que puede librarse de ir arrestado por vender comida con hierbas "medicinales" sin licencia.

—¿Tal vez mantiene su identidad en secreto, agente? —Pregunta con un tono de voz extraño.

El contrario abre los ojos y le mira con una mueca torcida.

—¿Perdone?

—Sé que le vendí galletas sin licencia, me acuerdo perfectamente—se acomoda su abrigo, con tranquilidad y sin preocupaciones—. No sería la primera vez que me arrestan por ello, ¿sabe usted?

Le mira y sigue hablando.

—Pero otro antecedente podría hacer que me llevara una gran multa o, aún peor, que cerraran la tienda de mi mujer—señala detrás suya—. Así que, ¿por qué no hacemos un trato?

«¿Está chantajeándome?», se pregunta atónito a sí mismo. «Sí, lo está haciendo», no podía creérselo.

—Usted olvidará lo de esas galletas y yo olvidaré cómo es su rostro. Y, vea usted, tengo una muy buena memoria.

Horacio no sabía qué decir.

—O, después de salir de comisaría, puedo recorrerme la ciudad y buscar a aquellos contactos que seguro que tiene y que no saben que es agente del FBI.

Va a seguir hablando, pero alguien carraspea a sus espaldas. Ambos miran a esa dirección, encontrándose a la mujer de la herbolaria de brazos cruzados.

—¿Que tú vas a hacer qué? —Pregunta a su marido.

—Cariñ-

Ni siquiera puede explicarlo, sino que la vendedora le coge de la oreja y tira de él de vuelta a la tienda. Horacio, confuso, les sigue, hasta que suben las escaleras y llegan finalmente a la tienda. La mujer se asegura de cerrar las puertas antes de soltar a su esposo.

Galletas de amor. |AU Volkacio|Where stories live. Discover now