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Una punzada ataca el hombro del más joven, haciéndole sisear.

—Déjame ver—habla el comisario, apartando su mano de ahí, la cual está cubierta de sangre.

El uniforme está roto en esa, así que puede ver la herida.

—Te ha rozado, vas a necesitar unos puntos—informa sin alzar mucho la voz.

Horacio se percata del cambio de formalidad que ha tenido al dirigirse a él.

—Da igual—habla por fin, acomodándose la tela de nuevo y echándose un poco hacia atrás, pues estaba demasiado cerca del ruso.

—Tres abatidos—informan por radio—, por lo que sabemos quedan tres cuatro y el francotirador.

Horacio frunce el ceño ante eso.

—¿Al final sí había? —Cuestiona.

—Sí, en el tejado de una de las casas de a tres calles—vuelve a hablar el mismo.

—¿Y qué hacen informando ahora? —Estaba molesto y sabía que lo estaba pagando con lo que no debía.

—Pero ya habíamos informado, señor—comenta confundido.

—Tal vez no lo escuchaste con los disparos—habla Kovacs.

—Bien, perdone—se disculpa, dejándola de lado.

Ya conocía la distracción que le había llevado a no escuchar aquello. Aún molesto, mira a Volkov, que no le aparta los ojos de encima por alguna razón.

—Vuelve a tu posición, ahí van a darte—dice de mala manera.

—Estoy cubierto, no van a darme—la contradice.

Resopla.

—Al menos quítate de ahí para que pueda moverme—agarra su brazo para hacerlo a un lado sin brusquedad.

El movimiento hace que pierda el equilibrio, pues se mantenía de cuclillas frente al federal. Para no caer el suelo, se asegura de poner sus manos en el mismo, ahora quedando inclinado hacia delante y ligeramente a la derecha, aún de cuclillas. Horacio, que no se ha movido, aguanta la respiración al tenerle tan cerca. Aquello no era bueno para sus nervios.

—No hace falta que me empujes—chista el comisario.

El contrario nota otra punzada, pero ahora en el estómago. Sentía su presencia demasiado cerca. Por inercia, gira la cara hacia un lado. Necesitaba el frente libre para inclinarse y levantarse, si forzaba el brazo herido para incorporarse iba a sangrar más.

Finalmente, Volkov se hace a un lado, dejando que se mueva. Horacio toma su arma y se coloca en la otra punta del patrulla, detrás del capó.

—Francotirador abatido—dicen.

—¿Cuántos quedan dentro? —Cuestiona el de pelo plateado, también lejos del agente del FBI.

—Tres aún, pero uno muy herido.

—¿Y cuántos agentes hay de pie?

—Cinco.

—Bien, en cuanto caiga uno más entramos—finaliza.

Galletas de amor. |AU Volkacio|Where stories live. Discover now