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—No.

Aquello hace detener a Horacio justo frente a la puerta del cuarto de baño. Frunce el ceño, y cuando quiere voltearse para ver de qué se trata, se encuentra acorralado por el cuerpo del comisario. Parece furioso.

—¿Por qué siempre tienes que tener la última palabra en todo? ¿Acaso te he dicho qué pienso al respecto de todo esto? Yo también estoy involucrado, debería importarte lo que tenga que decir—le señala con el índice, a apenas un metro de distancia.

Horacio pega su espalda contra la madera de la puerta, notablemente sorprendido. No se esperaba ese comportamiento por parte de él, si era sincero. Pensaba que iba a irse y que, seguramente, no volverían a tocar más el tema. Pero Volkov lucía muy enfadado como para que fuera así. Traga saliva y se humedece los labios con la punta de su lengua.

—¿Y qué quieres decir? —Le pregunta inseguro, totalmente intimidado por la situación.

—¿En qué momento te volviste tan orgulloso que ya no puedes tomar ayuda de nadie? —Ignora su cuestión, cruzándose de brazos.

—¿Cómo? —No sabía el rumbo de la conversación.

—Ni siquiera dejas al resto decirte que lo que hacen lo hacen porque quieren, no porque se vean obligados—seguía cabreado.

El contrario resopla, no le gustaba que hablasen mal de él delante de sus narices.

—Entonces en qué quedamos, ¿me besaste para ayudarme o porque te veías obligados? Porque las dos son igual de malas—escupe.

—Te besé porque quise, creo que ya tengo la suficiente edad como para ser responsable y consciente de mis acciones, Horacio—bufa.

Pero él simplemente no se lo creía. Deja escapar una risa llena de sarcasmo.

—Ya, claro. ¿No sería porque llevabas tantas horas trabajando que no sabía ni lo que hacías? —Mira a un lado.

El otro le observa perplejo.

—Porque yo si beso a alguien, por muy agotado que esté, no lo hago solo porque estoy confuso—vuelve a mirarle, esta vez con más dureza—. ¿Puedes decir lo mismo? Porque tus accion-

Su charla es interrumpida. Unos labios cubren los suyos con cólera. Abre la boca para parar aquello, pero el ruso aprovecha eso para intensificarlo. El federal acepta el desafío, y cierra los ojos. Sube su mano buena para agarrar el cuello de su uniforme, y le corresponde con ganas. Ambos cuerpos reaccionan al del otro, pegándose instantáneamente, mientras que sus bocas bailan queriendo más. Las manos de Volkov se quedan contra la puerta, acorralándole. Aquel beso se había convertido en un ajuste de cuentas el cual ninguno quería terminar. Pero el déficit de oxígeno hace lo suyo, y acaban a centímetros intentando recuperar el aliento. Vuelven a la realidad.

—Ahora no estoy agotado, ni te debo nada, ni siento pena por ti—susurra el comisario.

—Cortar a una persona cuando está hablando es de mala educación—roza sus labios con los suyos.

—¿Qué ibas a decir? —Hace lo mismo.

—Que tus acciones no demostraban lo que decías—aprieta el agarre de su puño.

—¿No? —Sube la vista para ver sus ojos, que le imitan, ahora chocando.

Pérez no puede seguir conteniéndose y vuelve a unir sus bocas, esta vez con más calma. No sabía si pensar en que tal vez se había resbalado en la ducha y se había desmayado, y todo aquello era producto de su desesperada imaginación. Los dedos curiosos de Viktor le hacen despejar esa idea. Tantean nerviosos la cinturilla de su pantalón, que era igual que el suyo, para luego posarse en su cintura baja y tirar de ahí en dirección a su cuerpo. Y eso le recuerda el estado en el que estaba. Con pesar, le echa atrás, separándose.

—Estaría bien que tomase esa ducha—suspira.

Volkov asiente.

—Vale—pero no se aparta.

—¿Vas a volver a comisaría? —Cuestiona.

—Tengo que ir a quitarme el traje.

—Claro.

—¿Cómo estás, sigues mareado? —Pone una mano en su frente para comprobar su temperatura—Estás un poco caliente, ¿te sigue doliendo la cabeza?

Horacio sabía que esa no era la causa, pero se mantiene en silencio.

—Un poco, pero ahora me tomaré algo—se sentía hipnotizado por el color de sus irises, aún siendo más oscuros de lo que lo eran a la luz.

Finalmente se aparta, tampoco quedando muy lejos.

—¿Vas a entrar mañana de servicio? —Se rasca la nuca.

—Sí, seguramente.

—De acuerdo—se sentía nervioso de repente.

El de cresta le da una sonrisa, enternecido por la faceta que le estaba mostrando. El comisario da un paso hacia atrás.

—Entonces, dejo que descanses—levanta la mano en despedida.

—Ten buen servicio—le desea, viendo su espalda irse.

Cuando escucha la puerta de la cerrarse, cierra los ojos y pone su cabeza contra la del baño. Luego, la abre y entra. Su pulso aún estaba acelerado, y su mente no lograba entender qué había ocurrido.

Galletas de amor. |AU Volkacio|Where stories live. Discover now