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—¿Por qué diablos no contestabas? —Da un paso hacia atrás, volviendo a la distancia actual, que había acortado por la sorpresa.

—No grite, me duele la cabeza—abre la puerta al completo para que pase.

Horacio le ve alejarse, y cuando reacciona se atreve a entrar también. Cierra tras él, y al momento nota el frío del espacio, junto al perfume característico del comisario.

—Kovacs te ha estado llamando. Tenemos una reunión—habla ahora más calmado, siguiéndole el paso desde atrás.

—Lo sé.

—¿Lo sabes? —Cuestiona atónito.

Llegan a la cocina. El ruso estira el brazo y toma un vaso de cristal. Más tarde, lo llena de agua, la que se bebe en escasos segundos, siendo observado por el contrario.

—Sí, Horacio, lo sé—le mira por encima del hombro, con tono agotado.

El nombrado se queda en silencio. «Hace mucho que no escucho mi nombre en su boca», ese pensamiento se cruza durante unos instantes por su mente. Luego, cae en el efecto que ha tenido sobre él.

Balancea sus pies, inquieto, observando cómo Volkov se gira. Se apoya en la encimera, y lleva una mano a su frente.

—¿Sigues con resaca? —Interroga Pérez después de aclararse la voz.

—Estoy bien, solo es un pequeño resfriado—suspira, recomponiéndose—. Voy a vestirme.

Al de cresta no le da tiempo a debatir aquello, pues ya está de camino a su habitación. Resopla, aprovechando y quitándose la mascarilla negra que le cubría medio rostro. La guarda en el bolsillo de la chaqueta de su uniforme. Esperando, toma asiento en uno de los taburetes de la isla que separa la cocina del salón. Todo seguía igual que hace años, no había cambiado en absoluto.

Apoya los codos en la isla, y acuna su cara en sus manos, cerrando los ojos. Pero al instante escucha un golpe, y los abre de inmediato. Sin siquiera preguntar, se levanta y va directo al cuarto del comisario. Le ve agachado, recogiendo los pedazos de lo que fue una lámpara. Frunce el ceño, mirándole desde la entrada.

—Puedes ir yendo a comisaría.

—¿Cómo? —Profundiza la expresión anterior.

—Que te puedes ir ya—dice ahora con más claridad, desviando su mirada a él por unos segundos.

El federal suspira, acercándose. Se agacha también, comenzando a ayudarle para terminar antes.

—Como si estuvieses en condiciones de conducir—ríe con sarcasmo.

—Estoy perfectamente—por alguna razón estaba enfadado.

—Sí, claro—no le hace caso y sigue recogiendo.

—No me trates como un niño—le toma de la muñeca.

Horacio sube la vista para encararle, sorprendido por eso. Además, hacía mucho que no le hablaba directamente, sin formalidades. Ve sus mejillas rojas, y vuelve a fruncir el ceño. Entonces, levanta su mano libre y la pone en su frente. Alza las cejas.

—Estás ardiendo en fiebre, Volkov—suaviza su tono de voz al decirlo, con preocupación.

—Es la calefacción—difiere.

—¿Cuál calefacción? Aquí hace más frío que en la calle.

El contrario no tiene nada que decir con respecto a eso, tenía razón después de todo. Aunque sí estaba seguro que la calefacción de la sede del FBI había sido la causante de su malestar. Eso, y el frío que hacía últimamente. Aún sigue sosteniendo su muñeca, sin percatarse. Igual que Horacio aún mantiene su palma en su frente, observándose mutuamente a los ojos en medio un silencio que dura varios segundos que se hacen eternos.

—Da igual, el trabajo es trabajo—seguía en sus treces.

—¿Qué estás diciendo? Estás enfermo, no puedes ir a la reunión—Pérez comenzaba a enfadarse, ahora sí apartando la mano de su rostro, pero aún manteniéndose de cuclillas frente a él, a una distancia corta.

—Estoy perfectamente—repite lo que dijo antes.

—No seas infantil, Volkov.

—No eres mi jefe—le suelta y se levanta, dejando los pedazos de lámpara en el suelo.

Él le imita.

—Pero soy tu superior—remarca.

Viktor bufa.

—Voy a ir.

—No lo vas a hacer—enarca una ceja, retándole, con advertencia en sus palabras.

Ni siquiera estaba vestido. Solo llevaba ese fino pijama que parecía helarle los huesos. Ante la insistente mirada del bicolor, relaja los hombros, suspirando.

—De acuerdo—acepta entre dientes, no conforme, mirando a otro lado.

Horacio sonríe victorioso.

—Voy a llamar a Kovacs, habrá que retrasar la reunión—comenta, sacando el teléfono de su bolsillo, girándose para salir de la habitación y hacer la llamada.

—Podéis hacerla sin mí perfectamente.

El federal se voltea y le mira durante un segundo.

—No, no podemos—finaliza antes de irse de ahí.

Galletas de amor. |AU Volkacio|Where stories live. Discover now