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Carga la caja de galletas y sale del coche después de guardarlo en el garaje. Camina cabizbajo, queriendo llegar y dormir. Divisa las escaleras principales, peor algo más le llama la atención.

—No me jodas—maldice para sí mismo al ver a dos hombres hablando en la puerta.

Sabía quienes eran, esos comisarios no podían dejar de trabajar ni aunque quisieran.

—Buenas noches, H—saluda Kovacs cuando esté va a la mitad de la subida.

Volkov, por otro lado, solo se le queda mirando. Desde que había vuelto, ya hacía más de un mes, no había intercambiado palabra con él para algo que no fuera profesional. Ya los dos tenían claro que aquella charla para arreglar el pasado nunca se iba a dar, pero el federal tampoco la anhelaba a esas alturas.

—¿Qué pasa ahora? —Interroga, empujando la puerta de cristal principal y entrando al edificio, siendo seguidos por el par.

Llevaban semanas con una investigación sobre quienes participaban en las carreras ilegales, y como todos sabían que el agente del FBI era experto en infiltrarse, no duraron en contactarle para que se uniera. Aunque ahora Horacio se arrepentía de haberlo hecho, tenía que seguir el protocolo que ellos marcaban, y eso no le gustaba en absoluto.

—Sentimos venir tan tarde, H—se disculpa de nuevo Kovacs—, pero mañana hay un evento donde seguramente estén los mismos que organizan las carreras.

Suben al ascensor. El jefe de policía se queda a la derecha, mientras que el de cresta a la izquierda, siendo separados por el comisario que le está informando en ese momento. El más joven no contesta hasta que llegan a la planta marcada, y comienza a dirigirse hacia su despacho aún con las galletas en la mano.

—Mañana es mi día libre—responde, estaba cansado. Solo quería irse a dormir.

Empuja la puerta de la sala, sin girarse a verles, y se deja caer en la silla acolchada, cerrando los ojos unos segundos. Ese día había sido activo, y cuando creía que estaba lo suficientemente cansado para dormir del tirón, de nuevo apareció el insomnio. Y ahora, que sí lo estaba y que incluso podría quedarse dormido allí mismo a pesar de las consecuencias fatales que eso le causaría a su espalda y cuello, no podía ir a descansar porque ni siquiera a las tres de la madrugada esos comisarios dejaban de trabajar.

—Creíamos que se lo tomó hace tres días—frunce el ceño.

Horacio vuelve a abrir los ojos. Deja la caja de galletas sobre la mesa y se quita la máscara de un tirón. El comisario jefe permanece de brazos cruzados, observándole. La edad había hecho endurecer su expresión, y a Viktor podía notar aquello. Casi no quedaba rastro de aquel angelical rostro que vio cuando fueron aceptados en la policía. Los años habían pasado facturas en ambos, pero en el actual federal aún más.

—Es lo que tiene ser el único agente del FBI—deja el trapo sobre el escritorio, luego subiendo sus ojos para mirarlos a ambos—, que puedo tomarme vacaciones cuando me de la gana.

Desde la muerte de Willy, Kovacs había notado el cambio en él. No comprendía cómo había veces que podía ocultar tan bien lo que pasó, y otras en las que su actitud era insoportable. Sobre todo, si podía ver las ojeras marcando debajo de sus ojos, y su incomodidad creciendo cada vez que estaba en la misma habitación que Volkov. Sabía que los dos tenían un pasado, tenía vaga información sobre ello, no era algo que le incumbiese. Pero Horacio parecía huir de la presencia del jefe de policía, mientras que el de pelo plateado había aceptado aquella simple operación por segundos motivos. Y no era de extrañar pues, mientras que uno no miraba hacia atrás, otro buscaba la poca familiaridad que le quedaba a su alrededor, aunque esta no fuese devuelta.

—Puesto que es el único que está infiltrado, mañana irá a ese evento—era la primera vez que hablaba en aquel rato.

Horacio frunce el ceño. De nuevo el hambre le ataca al ver las galletas. Abre la caja para tomar una.

—Lo siento, me están llamando—se disculpa el segundo comisario, atendiendo al móvil y saliendo de aquel despacho.

Entonces, Pérez vuelve a subir la mirada para clavarla en los orbes azules de quién alguna vez fue su amor platónico. Ya hacía tiempo que había dejado ese sentimiento de lado, aunque no podía rehuir de él cariño que aún le tenía en secreto.

—¿Y si no quiero? ¿Qué va a hacer, comisario? ¿Detenerme? —Reta con superioridad, llevándose el dulce a la boca y mordiendo la esquina del corazón mientras no le aparta los ojos de encima.

Una explosión de sabores se produce en su boca. Nunca había probado una galleta tan sabrosa, así que no duda en terminármela enseguida, ansioso por comer otra. Pero, antes de hacerlo, vuelve a clavar la vista en el ruso, que la había apartado al notar lo sabroso del dulce. Se fija en su vestimenta, en cómo su camisa beige se ajusta a sus brazos y hombros al tener los primeros cruzados. Luego, en cómo su pelo ya no está tan peinado como lo estaba hace algunos años, y en cómo la edad, en vez de hacerlo más viejo, ha incrementado su atractivo.

Una sensación conocida se instala en su estómago, como un hormigueo, y pronto siente el calor subir a sus mejillas. ¿Qué estaba ocurriendo?

—¿Se encuentra bien? —Cuestiona el contrario al verle tan afectado por alguna razón desconocida.

Este frunce el ceño, enfadándose consigo mismo. ¿Por qué había tenido esa reacción después de tantos años? Se suponía que le había superado. «Seguro que es el cansancio», excusa en sus pensamientos, apartando la vista para clavarla en lo que fuera. Entonces, Kovacs entra de nuevo.

—Están haciendo un código tres a las malditas tres de la mañana—maldice—. Tenemos que irnos—informa a su compañero. Luego, mira al federal, y ni siquiera se cuestiona el porqué del tono de su rostro—. ¿Qué va a hacer entonces, H?

Este bufa, levantándose de la silla.

—Iré—accede entre dientes.

—Muchas gracias, H. Contamos con usted—sonríe de nuevo.

Volkov le da una última mirada antes de girarse y marcharse junto a su compañero. Aquello había sido raro, pero no sabía porqué en su cabeza aún rondaba él constataste de aquella "amenaza" y tono de superioridad, contra el sonrojo de segundos después.

Horacio por otro lado, se queda unos largos minutos mirando a la nada, pensando en su reacción. Luego, tapa de mala manera la caja de galletas, mañana se las terminaría. Apaga todas las luces y va directo a la sala de descanso, cayendo boca abajo en una de las camas. No tarda mucho en hundirse en un profundo sueño.

Galletas de amor. |AU Volkacio|Where stories live. Discover now