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Da toques con sus dedos al volante, impaciente. En realidad, quería irse de ese atraco. Solo estaba haciendo tiempo, esperaba una llamada por parte de Kovacs. Los dos comisarios y él iban a charlar sobre la operación, aunque ahora la jurisdicción del norte estuviera encargada de ella. Querían cerrar el informe, y para ello necesitaban consultarlo con el federal.

Como si fuera un golpe de suerte, su móvil comienza a vibrar, alegrándolo. Antes de descolgar, avisa por radio de que se retira. Pone el manos libres, a la vez de que arranca el motor para salir del aparcamiento de en frente de la licorería.

—¿Estás en ese atraco? —Es lo primero que pregunta el contrario.

—Sí, ya voy a comisaría.

Después de esa reunión saldría de servicio.

—No, espera. Hace unas horas Volkov me avisó de que si iba a estar e iba a entrar en servicio, pero ahora no me contesta al teléfono—habla—. Tú sabes dónde está su departamento, ¿no?

Horacio frunce el ceño.

—Sí.

—Está cerca de la licorería de la que acabas de salir, ¿puedes pasarte por allí y comprobar si está en su casa?

El de cresta suspira.

—Podemos hacer la reunión sin él.

Sabía que le estaba evitando más de lo que debía, pero ya no le importaba. Estaba muy tranquilo antes de la existencia de esas dichosas galletas, quería regresar a esa normalidad. Y ya ni siquiera era por ellas, si no por los supuestos efectos que produjeron. Esos mismos que tuvieron como consecuencia aquella intensa sesión en el ascensor de comisaría. Niega con la cabeza, intentando despejar su mente de esos recuerdos. No entendía porqué estaba tan disgustado con aquello, si en el fondo siempre era lo que había querido. Pero le hecho de saber que no era real, que solo era un capricho por parte del ruso mientras que por la suya era algo que ya venía de antes, eso lo odiaba. Y odiaba cómo su cuerpo seguía reaccionando a él, a pesar de que él fue quien le dijo que aquello debía de acabar. Estaba completamente seguro que el único que saldría mal de ahí sería él. Y no quería, no otra vez. A esas alturas, solo quería paz, no alguien que estuviera jugando con su estabilidad emocional cada vez que tenía oportunidad, fuese consciente de ello o no.

—Si no quieres ir voy yo en un momento, no hay problema con eso—comenta Kovacs, haciendo que salga de sus pensamientos.

El del FBI suspira otra vez.

—Déjalo—accede—, no creo que tarde mucho.

—Gracias, H.

Cuelga. Para en un semáforo en rojo y aprovecha para pasarse la palma de la mano por la frente. Debía aprender a decir que no. Pero en el fondo quería ir a comprobar cómo se encontraba el ruso después de aquella mañana. Se veía pálido y estaba mareado, aunque seguramente fuera por la resaca. No podía evitar la preocupación, de todas formas.

Como lo previsto, no tarda mucho en llegar. Aparca frente al edificio y le echa un vistazo antes de salir. Hace años también vivía aquí, pero incluso para ese entonces era demasiado. Toma un respiro. Con paso firme y sin permitirse vacilar, se encamina hacia la puerta principal. Minutos después ya está dentro del ascensor, pulsando el piso en el que recordaba que vivía. Su nerviosismo sale a flote cuando la campana suena, y se abren las puertas. Luego, busca el número de su apartamento. Se para frente a él, pero no hace nada más. En vez de eso, se queda estático, y cierra los ojos con fuerza, cuestionándose a sí mismo qué era lo que estaba haciendo. Pero ya ha apretado el timbre, sin siquiera ser consciente.

Espera, maldiciéndose en voz baja. Pero pasan los segundos y apenas escucha ruido dentro. Frunce el ceño, ahora cayendo en lo último que le ha dicho Kovacs. "No me contesta el teléfono", ¿cómo de dormido tenía que estar para no escuchar el tono de llamada, o su propio timbre? Lo pulsa de nuevo, acompañándolo con un par de golpes en la madera. Pero sigue sin haber contestación. Dudaba mucho que Volkov se hubiese ido sin avisar, y anteriormente diciendo que iba a acudir a la reunión.

Saca el teléfono del bolsillo de su pantalón, y busca en marcación rápida. Aún lo mantenía en aquella posición, junto a tres contactos más. Dos de ellos, de "viaje". El restante, muerto.

A la vez que escucha comunicar la línea, vuelve a pulsar el timbre, comenzando a molestarse por no obtener respuesta por ninguna de las dos. Va a golpear la puerta de nuevo, pero en vez de eso, con el impulso se tropieza hacia adelante, pues ahora sí ha sido abierta. Se recompone antes de fijar su vista en el rostro de Viktor, que sujeta el pomo con una mano y el móvil con la otra.

Galletas de amor. |AU Volkacio|Where stories live. Discover now