|18|

1.4K 226 9
                                    


Se frota los ojos por última vez antes de intentar poner en su sitio la cresta. Bosteza. Camina por el pasillo de su casa hasta llegar a la entrada. Allí, mira el pequeño mueble con espejo y su mirada de nuevo se clava en la bolsa de papel que llevaba allí más de una semana. Suspira. Seguramente las hierbas ya estarían pasadas, pero aún no las tiraría. Sacude su cabeza, despejando su mente. Tras eso, agarra las llaves del coche y sale de casa.

Después de irse de la herbolaria, fue directo a la sede, en silencio y con la mente en otro lado. Se suponía que aquellas infusiones le ayudarían, pero no lo hicieron, ni siquiera pudieron librarle el insomnio. Al menos, estaban buenas. Por otro lado, la señora no pudo resistir su curiosidad, y aquel día le preguntó que cómo estaba ese compañero con el que vino la vez pasada. Después de un intercambio de palabras, Rose añadió unas medicinas para el reciente resfriado del ruso. Tales nunca fueron dadas a quien debía. En vez de eso, se quedaron durante una semana entera en la entrada de la mansión del federal.

Hasta hoy, aún no había visto a Volkov. Sabía que se había reincorporado dos días después de eso, pero siempre inventaba alguna excusa para no acudir donde sabía que iba a estar él, o para posponer aún más la reunión. Finalmente, le dijo a Kovacs que la hicieran sin él, y así fue. Por una parte, estaba agradecido por ello, pues no le hizo demasiadas preguntas al respecto. Por otra, ya no sabía qué vas inventar para no ver al jefe de la policía.

Sabía que no le podría mirar a la cara después haberle quedado claro que la ilusión creada por esas galletas de San Valentín fueron solo eso: ilusiones. Fueron solo unos dulces con hierbas medicinales. El constante pensamiento sobre que aquel beso solo fue por lastima o confusión no podía dejar de rondar su mente. No quería volver sus pasos atrás, a aquel alumno de policía que no podía dejar de sentirse inseguro. No podía. Pero cada vez lo sentía más, y no sabía cómo detenerlo. Estaba cabreado. Enfadado con Viktor, por ser el causante de esas ideas. Con el vendedor, por hornear esas malditas galletas. Y sobre todo consigo mismo, por no ser capaz restarle importancia a todo aquello como aparentaba hacer.

La vibración de su móvil le hace darse cuenta de cómo tenía el ceño fruncido, el rostro serio, y conducía casi con brusquedad. Toma un respiro antes de poner él manos libres y atender la llamada.

—Dígame, Kovacs—gira el volante.

—¿Estás de servicio? No apareces conectado en la radio.

—Voy de camino a la sede, ¿por qué?

—Hay un robo a banco central, pensé que querías ir.

Aquello hace sonreír a Horacio.

—¿Cómo va de tiempo? —Cuestiona antes de cambiar de dirección, ahora dirigiéndose a comisaría.

—Estamos yendo para allá, ¿te da tiempo? —De fondo se escuchaban las sirenas.

—¿Tienen trajes GEO de sobra en comisaría?

—Sí, en los vestuarios.

—En diez minutos estoy en el banco—informa.

—De acuerdo, aquí te esperamos.

La llamada finaliza. Pronto el federal aparca en frente de la nombrada. Se ajusta su máscara y sale rápidamente. Saluda a los agentes que atienden llamadas en recepción y se sube en el ascensor. No tarda en llegar a los vestuarios, encontrándolo vacío. Sonríe ante ello. Tomando un uniforme del armario de ropa limpia, se lo coloca, también abrochándose el casco y el pasamontañas negro debajo de este. Luego, va directo al cuarto de armas y se prepara. Una vez listo, trota para irse de allí lo antes posible. Por el camino configura la radio.

—¿Se necesitan motos en el robo de banco? —Cuestiona por ella entrando al garaje.

—Tráigala por si acaso, no sabemos si van a hacer huida o no—contesta al instante Kovacs.

Pérez hace lo indicado y sale de allí montado en una. Era de noche, le gustaba tomar el turno nocturno. Además, había dormido una larga siesta, así que su rendimiento no flaquearía.

Por suerte, la comisaría no estaba muy lejos del banco central, por lo que no tarda en llegar. Alza las cejas cuando ve los blindados aparcados frente a la puerta. Para su vehículo, y escucha un disparo. Al momento observa cómo todos buscan un lugar donde esconderse, y baja de la moto para brindar apoyo. Corre al lado de un compañero, que también viste igual que él.
No le da conversación, solo se mueve de sitio en sitio hasta quedar justo detrás del patrulla que hay más cerca de la puerta. Mira a su alrededor, encima de los edificios.

—¿Tienen francotirador? —Interroga con los disparos automáticos que provienen de dentro.

—Estamos mirando con el helicóptero—informa otro agente.

Horacio saca la mira de su arma por encima del capó, y comienza a disparar a la puerta, intentando abrirla. Cuando lo consigue, vuelve a resguardarse. Entonces, alguien se coloca a su derecha, y le mira al momento. Reconoce el cabello gris que muestra tras la máscara oscura. Maldita internamente. Antes de que le reconozca, agachado intenta irse de allí, pero los disparos en su dirección se lo impiden. Se sienta de golpe cuando nota una bala pasar por su lado.

—No se mueva ahora—habla el comisario, echándole un rápido vistazo antes de volver su atención donde estaba.

No le había reconocido con ese traje puesto. Ni siquiera mostraba los ojos, tenía puesta unas gafas oscuras. Que, por cierto, le molestaban de cierta manera, pero no quería quitárselas ahora por si el ruso le reconocía. Aunque era de noche, y parecía casi imposible poder hacerlo. Así que, tras esa conclusión, se deshace de ellas, guardándolas en uno de los tantos bolsillo que tenía ese uniforme. Ambos se quedan en silencio, en guardia. No se escuchan disparos desde dentro durante un buen rato, y el federal toma eso como ventaja. Se vuelve a levantar, aún agachado, y camina lentamente por el lado de Volkov, para irse al patrulla que tenían a unos metros. Pero, en cuanto pone un pie en la mira de los atracadores, empiezan a disparar de nuevo en su dirección. La respiración se atasca en su garganta durante unos segundos, pero siente cómo tiran de él desde atrás. Se soba el hombro y tuerce una mueca, ahora sentado justo delante de Viktor.

—¿Le han dado? —Cuestiona, rodeándole para mirar su rostro.

Horacio baja la mirada, adolorido. Aquella situación le había llevado a hacer algo estúpido. Volvía a estar cabreado consigo mismo.

—Responda—ordena Volkov, tomándole del casco y haciendo que le mire.

El federal no puede evitar fijarse en sus ojos azules, que le miran fruncidos. Estos se relajan de una manera desbordante cuando cabe en cuenta del color de los que le miran.

—¿Horacio? —Susurra.

Galletas de amor. |AU Volkacio|Where stories live. Discover now