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—¿Y tiene algo específico que hacer aquí, Volkov? —Cuestiona Kovacs, sospechando.

Le echa un rápido vistazo antes de parar el coche justo delante de la sede del FBI. El ruso no contesta. Podría estar algo borracho, pero eso no le impedía mantener la boca cerrada en sus asuntos. Se desabrocha el cinturón y se acomoda el abrigo en sus hombros.

—Gracias por traerme—agradece, abriendo la puerta del coche.

—De nada—dice inseguro, frunciendo el ceño.

Entonces, cuando ya está fuera y va a cerrar, el segundo comisario le detiene.

—¿Esto significa que mañana va tomarse el día libre?

—No—finaliza, dejándoles allí solo y girándose.

Kovacs suspira. Era casi imposible que un ruso se emborrachara, pero Viktor parecía haber perdido facultades aquellos años. Aún así, seguía siendo igual que era sobrio. Le ve caminar recto hacia las grandes puertas y decide arrancar e irse de una vez. No era de su incumbencia, después de todo.

Volkov, por otro lado, ni siquiera tenía claro qué hacía allí. Quería comprobar que Horacio estaba allí, sabía que se estaba quedando en las habitaciones de la sede, aún teniendo una casa en la zona rica. Y si no estaba, pediría un taxi y haría como si no hirviera ido nunca. No tenía claro qué haría en la primera opción, pero no era algo que le preocupase después de todo. Estaba seguro de que el alcohol era el causante de aquel arrebato de confianza, aunque tampoco estaba tan perjudicado.

El ambiente frío le cubre al entrar. Aquel edificio principal era muy grande y helado. Camina hacia el ascensor y pulsa el botón del tercer piso. Espera paciente. Mientras, cierra los ojos y se apoya en la pared de espejo, echando también la cabeza hacia atrás. Suspira, entonces la campana suena, avisándole de que ha llegado. Le cuesta unos segundos recomponerse y con el ceño fruncido sale. No había ruido, solo se escuchaban sus pasos irregulares avanzar por el largo pasillo. No sabe cuánto tarda en dar con la puerta de las habitaciones, pero finalmente gira el pomo y la abre. Vacía, completamente vacía. Y, a diferencia del resto del edificio, la calefacción allí sí funciona, e incluso podía jurar que estaba demasiado alta para su gusto. Entra y revisa el espacio, no encontrando a nadie. Entonces, ve la pequeña mesa al lado de una de las literas con algo encima. Se acerca para ver de qué se trata. Una funda de gafas para leer.

«No sabía que las necesitaba», piensa, tomándolas. En realidad, sabía poco de él. Había sido demasiado tiempo desperdiciado, donde podría haber formado una relación menos distante y profesional. No hacía más que repetirse que ya era tarde para eso y para dar explicaciones.
Pero estaba allí. Había ido sin siquiera saber si él se encontraba.

Toma asiento en la cama de al lado, que parecía individual sin ser litera, al contrario del resto. Al ver lo arrugado de las sábanas, confirma de que ahí duerme Horacio. Cierra los ojos durante unos instantes, respirando con calma y sintiéndose cómodo sentado en aquel colchón. Poco a poco, sin ser consciente de ello, se va tumbando. El whisky va surgiendo efecto, dejándole cada vez más agotado. Finalmente, cae dormido.

Galletas de amor. |AU Volkacio|Where stories live. Discover now