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—Comisario Volkov anuncia su 10-10 durante un rato. Buen servicio.

—Buen servicio.

—Bueno servicio.

—Buen servicio.

Tras ello, apaga la radio. Mira a Horacio en el asiento del copiloto. Suspira. Luego, observa la fachada de su gran casa. Casi se rinde para encontrar la dirección, pero finalmente dio con ella. Vuelve a mirar al federal, que parece dormir. Eso no era bueno, pero no podía hacer nada al respecto. Sacude su hombro bueno con cuidado que no hacer daño en el otro.

—Horacio—le llama, pero no da en sí.

Su máscara seguía subida hasta la nariz, dejando ver solo esta, los labios y sus ojos cerrados por el agujero que tenía en ese lugar. Se le veía tranquilo, pero cabía la posibilidad de que se hubiera desmayado por la pérdida de sangre.

—Horacio—repite esta vez más alto.

Nada, no reaccionaba. Lo mejor era llevarlo a su casa, dejarle dormir, y que cuando despertarse le recordara que tenía que comer. Aunque, por otra parte, ni siquiera tenía sus llaves para entrar. Con el ceño fruncido, con una mano agarra ambos lados de su cara, y la mueve.

—Horacio—pronuncia más cerca.

Esta vez parece reaccionar, pues frunce los ojos, molesto por haberle despertado de la siesta que estaba disfrutando. Entreabre los ojos, encontrándose cerca al ruso. No habla, sigue adormecido. Solo se queda observando los zafiros del contrario, con una mirada cansada e incluso dolor de cabeza.

—¿Tienes las llaves de tu casa? —Cuestiona el comisario sin soltarle.

No responde al instante, sino cuando procesa la pregunta.

—Están en mi coche—balbucea.

Viktor siente su aliento chocando contra su propia boca, pues estaba inclinado hacia él de una forma en la que quedaban cara a cara, no muy lejos el uno del otro.

—¿Y dónde está tu coche?

—En comisaría—dice distraído.

Volkov siente que si le suelta volverá a dormirse. Toma un respiro antes de volver a hablar.

—¿Y tienes alguna de repuesto?

—No. Pero creo que el garaje está abierto.

Suspira, soltándole. Abre la puerta y rodea el patrulla. Luego, va a la suya e intenta ayudarle a salir. Tras unos intentos, cierra de vuelta y caminan hacia esa dirección. Ahora, que estaba más despejado, no dejaba caer su peso en él, sino que caminaba por sí solo. Se sentía estúpido por afectarle así un simple herida de bala.

En efecto, el garaje estaba abierto. Entran en silencio, cubiertos por la oscuridad del mismo. El jefe de policía sigue a Pérez desde atrás, asegurándose de que no vuelva a desmayarse o algo parecido. Minutos después, están dentro de la casa.

—Puedes irte ya si quieres—comenta Horacio, separándose de él y caminando hacia el cuarto de baño para quitarse el uniforme y darse una ducha.

—Deberías comer algo antes, has perdido mucha sangre—habla, previendo sus intenciones.

—Estoy bien.

Volkov frunce el ceño.

—Deja de decir eso—escupe por fin.

Esto hace que el federal se gire para buscar una explicación, a unos metros de distancia.

—¿El qué?

—Que estás bien. Llevas toda la noche diciéndolo—bufa molesto.

Parece que los papeles se habían intercambiado.

—¿Te molesta que esté bien? —No entendía nada.

—Me molesta que digas que estás bien cuando hace un rato te has desmayado en el coche—se cruza de brazos, aún con su uniforme puesto, pero sin máscara.

Horacio no podía rebatir aquello, era verdad.

—Bueno, pero ahora estoy bien, ¿qué problema tienes?

—¿Que qué problema tengo? —Casi ríe.

—Sí, no estaría mal saberlo, no te he pedido que me ayudes, no sé porqué te enfadas.

Mantenían la distancia. Comenzaba a volver a sentir el brazo y el dolor en el hombro, pero al menos sus dedos ya no hormigueaban. Viktor, en cambio, frente a eso, solo puede soltar una carcajada sin un ápice de gracia.

—¿Cómo debería estar si ha estado ignorando a la comisaría durante más de una semana? Se supone que las dos facciones tienen que trabajar juntas.

Volvía a hablarle en tercera persona.

—No he ignorado a nadie, deja de imaginar cosas—ahora sí se mueve, acortando distancia, y manteniendo callado al contrario.

Pero en vez de pararse, pasa por su lado, justo en dirección a la puerta de la entrada. La abre, y luego le mira, invitándole a que se vaya. Y, para su sorpresa, el ruso niega.

—No, vamos a hablar. Ya que está tan bien, no le supondrá esfuerzo ninguno zanjar la conversación pendiente que tenemos—se veía cabreado.

—No tenemos ninguna conversación pendiente—su cabeza palpitaba del dolor.

Como costumbre, lleva su mano derecha a su frente. Justo esta era la misma que tenía todo el brazo descubierto y el hombro cosido, ocasionando que un pinchazo le atraviese la extremidad. Sus músculos se tensan, y el de pelo plateado y ojos azules no pierde detalle de ello. Aún así, no se mueve de su lugar.

—Volkov—suspira—, quiero dormir.

En parte era cierto, aunque lo que más quería es que se fuera. Aún no estaba listo para afrontar lo que le dijo Max en la herbolaria. Aquello le hace recordar la bolsa que mantenía en la entrada, y clava sus ojos en esa dirección. Resopla.

—Mira—se da por vencido—, vete cuando quieras.

Agarra las hierbas medicinales y camina de vuelta a su dirección, dejando la puerta abierta a su paso. Casi con rabia, estampa las anteriores contra su pecho, obligándole a tomarlas. Para cuando el comisario mira de qué se trata, él ya se ha encerrado en el cuarto de baño.

"Medicina para el resfriado", lee.

Galletas de amor. |AU Volkacio|Where stories live. Discover now