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Abre los ojos, molesto por la luz que entra por la ventana. Parece que ayer se le olvidó corre las cortinas. Mira el techo, absorto en pensamientos sin sentido, aún adormilado. Entonces los recuerdo de anoche inundan su mente. Cierra los ojos de nuevo, con fuerza, masajeándose el puente de la nariz. «¿En qué estaba pensando?»

Se sienta sobre la cama, notando cómo el frío de la habitación hace erizar la piel de su torso desnudo. Aquella sede no era para nada cálida.

—Dios—bufa, completamente arrepentido.

Niega con la cabeza, intentando despejarse de una buena vez. Finalmente se pone de pie y, como de costumbre, va directo al baño. Se mira al espejo, y comprueba la hora en su teléfono. Apenas había dormido más de cinco horas, pero la costumbre le hacía despertar. Se guarda de vuelta el móvil en el bolsillo del pantalón, que seguía siendo el mismo que ayer. Abre el grifo y se lava la cara con agua helada, lo que incrementa sus escalofríos. Toma un gran respiro antes de cerrarlo y secarse con una toalla.

Entonces, el bolsillo vibra, y sabe que se trata de una llamada. Frunce el ceño y descuelga al ver el nombre de Collins.

—¿Si?

—¿Horacio? ¿Estás en la sede?

—No—miente—, voy a tomarme el día libre.

Después del "incidente" de ayer no quería tia parar con el comisario. Su intensa sesión en el ascensor fue interrumpida por un aviso de robo a tienda. Ahí, ambos se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo.

—Joder, los privilegios que tiene ser tu propio jefe—silba con gracia—. Tenía que informarte sobre lo que me pediste el otro día.

El federal sale del baño y también de la habitación, y se encamina hacia los vestuarios. Acelera el paso, pues cada vez tenía más frío.

—¿Es urgente? —Cuestiona, girando la esquina.

—No, no, no te preocupes.

—Entonces mañana me informas—finaliza.

—De acuerdo, ten un buen día.

—Igualmente, Collins.

Y con ello corta la llamada. Entonces, de reojo ve una figura en su frente, y levanta la vista esperando encontrarse con alguna columna que no recuerda y que puede chocarse con ella. Frunce el ceño al ver al ruso. Este alza las cejas desde su distancia cuando le ve semidesnudo.

—¿Qué hace aquí, comisario? —No le mira directamente, su tono es serio, fingido y ocultando su nerviosismo y sorpresa. ¿Cómo debía actuar? No estaba listo.

Entra a los vestidores, con Volkov siguiéndole desde atrás. Va a su taquilla, estando a espaldas del contrario, que desvía su mira a otro lado que no sea su espalda.

—Tenemos asuntos en el norte, sobre las carreras—informa, después de aclararse la garganta.

—¿Y por qué no me ha informado por radio, o por teléfono? —Cuestiona el de cresta, tomando una camisa color crema y unos pantalones negros.

—Tiene la radio apagada.

—¿Y la llamada?

—Pasaba por aquí, me era más rápido venir—observa cómo baja sus pantalones, y se gira para darle la espalda.

Se pasa la mano por la cara. «¿Qué diablos, Viktor?», piensa para sí mismo.

—¿Por las afueras de la ciudad, comisario? —Suelta con una carcajada.

El nombrado no contesta, solo se cruza de brazos y se queda en silencio esperando a que termine de vestirse.

—Bueno, igualmente, hoy no voy a trabajar. Voy a tomarme el día libre, así que puede irse.

Galletas de amor. |AU Volkacio|Where stories live. Discover now