|7|

1.4K 231 8
                                    

—¿Qué crees haces? —Interroga molesto, intentando zafarse del agarre de la mano del comisario en sus muñecas esposadas.

Ya ni siquiera le hablaba de "usted" como habituaba desde su vuelta.

Pero el ruso no contesta, y no detiene su arresto hasta que entran al callejón detrás del taller, donde solía ir la gente a hablar por teléfono por lo apartado que estaba. Horacio se da la vuelta cuando le suelta, aún con las manos atadas a su espalda. Frunce el ceño, esperando a que hable. Pero parece no querer hacerlo.

—¿Sabes que soy tu jefe? —Se remueve en el sitio.

—No, no lo eres—Viktor se cruza de brazos.

—Soy tu superior, quítame esto—gruñe, no les gustaba que después de tanto no le tomase en serio.

—Kovacs te estuvo mandando mensajes toda la semana, ¿dónde estabas? —Parece que él también había dejado de lado el "usted".

—Eso no es de tu incumbencia—luchar contra las esposas era inútil.

—De acuerdo—finaliza y da un paso hacia delante.

Entonces le rodea y de nuevo le toma del brazo.

—Vamos a comisaría, tal vez hagas buenas migas con los detenidos recientes.

El federal escucha su teléfono sonar, y sabe de quién se puede tratar.

—Quítame las esposas—hinca sus pies al suelo, evitando que el contrario le arrastre fuera de aquel callejón.

—No. Está detenido, caballero—ahora le hablaba como si fuera un desconocido.

El de cresta cierra los ojos con fuerza, y suspira. Entonces los abre, se libra de su mano y le mira directamente.

—Volkov—nombra—, las esposas—ordena.

Aquella demanda suena con fuerza, y logra causar que el mencionado se quede estático. Hacia mucho tiempo que no le llamaba directamente por su apellido. Había adaptado aquella pose profesional, muy diferente a la antigua mutua. Viktor estaba sorprendido por su propia reacción, tanto interna como externa. Traga saliva y en silencio se pone a sus espaldas. Lleva la llave a la cerradura y le libera.

Horacio se masajea las muñecas, pero no se mueve. El ruso tampoco.

—¿Querías preguntarme lo de las galletas, verdad? —Pregunta ahora más calmado el infiltrado.

Aquella podría ser la razón principal, pero otras desencadenantes habían sido una tortura para él aquellos días.

—Se supone que ya se habría pasado el supuesto efecto—habla, y le mira por encima del hombro—. No te preocupes, ya no hay.

Aquello era mentira, pero era más fácil mentir que dar explicaciones de porqué aún su corazón latía nervioso con su cercanía.

—¿Estabas...? —Esa cuestión se queda en el aire, el comisario no se atreve a seguir formulándola.

Eso significaba que en ese periodo de tiempo, el agente del FBI sentía algo por él de nuevo. Pero supuestamente ya no. «No había pensado en eso», sopesa. Había estado ocupado en ignorar la inquietud cuando Pérez rondaba sus pensamientos. Tanto, que no había caído en cuenta que si aquella "poción" era real, él también había desarrollado una tonta fijación por su persona.

—¿Enamorado de ti? —Termina por él, ahora sí girándose—No, al menos no en este tiempo—ríe.

Deja caer su confesión hace años.

—Pero eso tú ya lo sabías—se encoge de hombros, aparentando estar tranquilo, cuando en realidad estaba destrozando su labio por morderse las pieles de este.

—Bueno—se rasca la nuca—, entonces ya está.

—Sí, supongo.

Vuelve a sonar el tono de su móvil, y lo coge para mirar de quién se trata.

—Tengo que irme—informa después de teclear un rápido mensaje.

La radio del jefe de policía suena.

—¿Comisario dónde está? —Pregunta alguien.

—Voy—contesta.

—Volkov—vuelve a llamarle—, ¿y tú?

Este frunce el ceño.

—¿Qué pasa?

—¿Sigues con el efecto?

«Eso creo.»

—No—dice en cambio.

Horacio asiente. Se coloca bien la bandana.

—Bueno, me voy. Buen servicio, comisario—se despide con prisas, saliendo a la misma velocidad de aquel callejón.

El ruso se queda ahí quieto, pensando en lo que acababa de pasar. Luego, niega con la cabeza, centrándose. «Tengo que hacer otra visita a aquella herbolaria.»

Galletas de amor. |AU Volkacio|Where stories live. Discover now