Desdicha

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Andy

Olga camina por mi estudio observando de cerca algunos cuadros, camina agachada y con esa lentitud de viejita.

—Horrible.— Declara parándose frente a un cuadro y señalándolo con el abanico que lleva en la mano. —Horrible, horrible, horrible.

Señala todas las pinturas que hice a lo largo de los últimos meses, camina lentamente hacia mí y espero que me diga por qué o que me dé una crítica constructiva pero en su lugar me golpea la cabeza con el abanico cerrado.

—¡Hey!— Le grito sacándole el abanico. —No te devuelvo el golpe porque sos vieja, pero ganas no me faltan. —Revoleo el pedazo de madera con tela a una esquina y Olga se ríe. —¿Por qué mierda no te gustan?

—Porque estás pintando con la cabeza, nene. Es todo una mierda, tenés que estar más en contacto con tus emociones.

Yo me llevo un pie a la rodilla y me cruzo de brazos.

—¿Y qué si no quiero estar en contacto con mis emociones?

Olga se ríe y me vuelve a pegar en el hombro.

—Porque terminas haciendo esta mierda. ¿Qué es esto? ¡¿Dónde está la desesperación, el horror y la angustia?! ¡¿Dónde está la plenitud, la felicidad y el gozo?!— Dice ella levantando los brazos. —Esto es todo técnica... cualquiera puede pintar con técnica.

Completa en tono normal mirándome de costado por debajo de sus anteojos culo de botella.

—Últimamente me siento extraño, como desconectado, y estoy bien así, no estoy tan cargado de emociones, ni de angustia, ni de mierda, y...

—¿Qué, soy tu psicóloga?— Pregunta interrumpiéndome. —La gente debería cambiar antes de tener que hacerlo. Vos estás expirado, nene. La pregunta es ¿Qué querés hacer?

Me miro las manos llenas de pintura y miró alrededor de la habitación donde dormía Sabrina lleno de cuadros, tarros de óleo y pinceles. ¿Qué mierda quiero hacer? ¿Quién sabe? No es necesariamente como si tuviera un puto rumbo en mi vida de mierda. Es decir, no tengo que saber qué voy a hacer con mi vida. No es un requerimiento. Mientras tenga algo de plata para pagar mis cuentas, comer y comprar algo de alcohol y cigarros, es suficiente. No necesito un futuro brillante, ni nada por el estilo. Vivir por inercia es cómodo, fácil y te ahorra complicaciones. El mundo sabe que ya tuve muchas complicaciones.

—¿Querés seguir pintando o querés seguir tatuando?

Yo me levanto de la silla y doy vuelta examinando mis pinturas, la verdad es que sí, son bastante pedorras. No sé qué se me dió por hacer realismo. No soy pésimo, pero es lo mismo que una puta foto. ¿Qué hay de interesante en eso?

—Lo que sea que me traiga pan a la mesa. Puedo seguir haciendo ambas...

—No como venís. No hay forma de que te consiga otra exhibición si haces pura caca.

Yo revoleo los ojos y Olga sonríe.

—No sé qué pintar.

Ella recoge el abanico que está tirado en una esquina y lo pone en su bolsito tejido de vieja chota.

—Porque no sabes qué sentís. Deja todo de lado y sete sincero, si vas a seguir pintando hacelo por un motivo que importe, si no... solo estás perdiendo el tiempo. El tuyo y el mío.

Abro la puerta de la habitación y ambos salimos al living, sobre la mesa está la tetera con dos tazas vacías que terminé comprando ya que Olga me torturaba cada vez que venía con que le tenía que invitar algo para tomar que no fuera alcohol. Ella se dirige caminando de a pasitos lentos hacia la puerta con sus piernitas débiles y rápidas pasando por debajo de mi codo. Hay veces que creo que si no tengo cuidado la voy a pisar.

MomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora