Desorientación

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Cora

Es cuando escucho el silencio que me doy cuenta de que algo está mal. Desde que nació, Emma nunca dejó de llorar, ni siquiera cuando duerme. Cuando lo hace, incluso hace sonidos de incomodidad. Escuchar la casa en completo silencio me alarma instantáneamente. Es como vivir con la heladera que en constante ruido, incluso cuando está andando se convierte en algo tan cotidiano y familiar, que cuando deja de hacer ese ruido el pensamiento instantáneo es: se rompió.

Salto de la cama, todavía mareada y pérdida. Me sigo preguntando si es todo un sueño, pero como en los sueños, mi lucidez va y viene. Solo puedo seguir adelante con la situación. Tomo el jarrón que mi suegra me regaló para mi casamiento, una antigüedad, una pieza que pasó de generación en generación en la familia de Esteban. No sé por qué me aferro a él, debería encontrar una mejor arma de defensa, pero ya que mis piernas están a punto de caducar simplemente sigo con el plan que tengo delante mío. Abro la puerta en un instante, lista para encontrarme con la figura que está en mi casa. Si estuviera sola, ya estaría corriendo hacia la salida principal, pero mis instintos maternos aplastan cualquier rastro de duda o cobardía. No importa que en los últimos días me siento incapaz de querer a mi propia hija, no me importa que el silencio es como un respiro en una mañana fresca para mis oídos aturdidos. Si ella no está siendo ella, voy a matar a quien sea que esté interrumpiendo su llanto.

Doy un paso dentro de la habitación.

—¿Cómo estás, linda?

El jarrón se resbala de mis manos y cae al suelo explotando en mil pedazos.

La escena que tengo frente a mí es algo que no puedo conciliar como real. Él está ahí, parado en traje negro, parece más alto que nunca, Emma parece más pequeña de lo que es en sus brazos y yo solo siento cómo mi labio inferior vibra. No sé si es miedo, o ansiedad, o sorpresa, o qué está pasando en mi cabeza. Andy se limita a sonreír y mis ojos viajan como relámpagos para ver cómo Emma, prendida a su meñique, empieza a luchar para que sus párpados no se cierren.

Avanzo lentamente hacia él, caminando por encima del valioso jarrón, sin importarme que pueda cortarme los pies. No lo considero realmente. Avanzo en este extraño sueño, porque esto es lo que es. Un sueño retorcido.

—¿Qué...? ¿Qué haces acá?

Me froto los ojos creyendo que de esa manera él va a desaparecer, pero su silueta sigue marcada en las penumbras, tan real. Definitivamente son las pastillas, me habían avisado que las alucinaciones podrían ser un efecto adverso de ingerirlas en grandes cantidades. Tengo que parar en medio de mi recorrido para mirarme las manos. Siempre dicen que es más fácil saber si estás soñando cuando te miras las manos. Las contemplo y las giro para ver mis dorsos. No sé exactamente qué estoy buscando. Solamente sé que tengo que dejar estas pastillas.

—Soy de verdad.

Dice él palmándose su cara como si eso me certifica algo. Tarado. Yo tendría que estar palmeando mi cara para ver si estoy despierta. Lo hago, tal vez un poco más fuerte de lo que debería.

—¡Hey!

Andy me reta y yo doy los últimos pasos hacia él y clavo mi dedo en su mejilla. Él ríe y yo tengo que aguantar el nudo que se produce en mi garganta. No es como si nunca hubiera soñado con él, Dios sabe cuántas veces sueño cosas sin sentido con él. Esto se siente real, pero de una manera difusa. Lo vuelvo a contemplar de arriba abajo y cuando quiere morder mi dedo lo retiro rápidamente como si estuviera tratando con un fantasma. Está en traje. Ese es mi indicio. Esto es definitivamente un sueño.

—¿Qué estás haciendo acá?

Vuelvo a preguntar, levantando la cabeza para encontrarme con sus ojos azules que siempre divagan en el mundo que tiene en su interior y en la realidad. Ojos raros de borde negro.

MomoWhere stories live. Discover now