Benevolencia

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Cora

Mientras organizo las magdalenas en la bandeja para llevar a la iglesia, Esteban que no tiene idea mejor pinta después de lo que pasó con Cris y no está con el mejor humor, levanta a Emma, que está vestida con un conjunto verde pastel, con cara seria. Ella, divina con sus rulos colorados y sus ojos que cada día están más azules, se larga a llorar con la expresión de su padre.

—No dejes que se manche.

Le digo a Esteban que termina cargando también con la mochila de bebé que llevamos para todos lados y pesa más que Emma misma.

Miro a Esteban, su pelo rubio y ojos castaños en contraste a los de ella. En cambio, Emma... Intento no pensarlo. Me digo a mí misma que ella tiene mi redondez, mi pelo, mi nariz. Eso es más que suficiente, pero verle los ojos día a día pasar de un simple gris a un azul cada vez más vibrante me sofoca la garganta.

Cargamos todo en el auto para llegar justo a tiempo antes de que el sermón empiece. Nuestros conocidos nos saludan, juegan con Emma y nos felicitan. Es la primera vez desde el parto que vuelvo los domingos. Antes era virtualmente imposible con Emma llorando y mi estado, pero ahora que me siento mejor puedo hacer esta aparición, la cual es recibida con todo un despliegue de abrazos y gritos de emoción.

Todo. Absolutamente todo, gracias a Andy.

—Son preciosos.

Escucho decir, y la verdad que sí, de afuera somos todo lo que yo siempre quise cuando era más chica. Perfectos. No hay nadie en este lugar que pueda llegar a dudar de que somos felices. Me concentro en Esteban y su mirada casi muerta, totalmente adormecido a lo que está pasando y pongo la mejor sonrisa para compensar por él, mientras dejo las magdalenas en la mesa al lado del vitral más grande de la parroquia. Los padres de Esteban nos saludan emocionados, la madre quita a Emma de sus brazos y el corazón se me estruja.

¿Qué hicimos? Todo esto se siente cada vez más y más fuera de control. Especialmente a medida que Emma crece. ¿Puedo privarle a Emma la verdad para toda su vida? ¿No va a sospechar que sus papás no se aman? ¿Voy a tener que pretender y besar a Esteban por el resto de mi vida? ¿Voy a tener que tener una charla con ella cuando sea grande explicando que nunca aprendí de mis errores y la única forma que sé de navegar la vida es mintiendo? Aparto mis preguntas y pensamientos, sonriéndoles a todas las personas que me conocen y a Esteban desde que éramos chicos. Quienes nos vieron salir por años cuando éramos adolescentes, los que nos vieron casarnos en un casamiento soñado, quienes nos ven ahora siendo la familia más envidiable. Algunos nos invitan a sus casas, a cenas, a festejos de cumpleaños y yo solo respondo que no creo poder hacer mucho, ya que Emma lleva mucho trabajo. Una vez más, es una mentira, no puedo seguir con esta sonrisa por mucho tiempo, menos someterme a propósito a futuras situaciones donde tenga que volver a utilizarla.

Esteban me ayuda a sentarme en uno de los bancos y deja a Emma sobre mis muslos mientras me da un beso en la coronilla de la cabeza para ir a saludar a mi papá, quien después de una pequeña conversación viene a saludar a su nieta.

—¿Cómo está esa bebota?

Dice y yo levanto a Emma para que se pare sobre mis piernas sosteniéndola de los brazos. Emma sin entender mucho balbucea y mira a su alrededor. Son mis suegros parados al lado nuestro quienes nos rodean mientras mi papá me agradece por las magdalenas. Para él y los padres de Esteban, la imagen lo es todo; y que la hija del reverendo, con su marido contribuya con la iglesia, con las donaciones y la organización es lo más importante. Es lo que hacemos, cada vez que podemos para que todos alrededor nuestro estén contentos con nosotros. Eso es lo único que sabemos hacer, contentar a los demás. Esteban y yo nos entendemos tan bien en ese aspecto, en la presión que te lleva a punto de reventar, es imposible de escapar, de controlar y de soportar.

MomoWhere stories live. Discover now