Vacío

348 51 30
                                    

Teo

Ian se pone un delantal y deja la tintura rosa al lado mío.

—No sé por qué no te rapas y listo.

Dice Andy desde el sillón concentrado en su videojuego. Después de pasar un mes viniendo a casa constantemente, terminó comprando una consola para dejar en el living.

—¿Por qué no me dejás de joder la vida?

Le escupo y él levanta el dedo del medio por encima del respaldo del sillón, para volver la mano rápidamente al control y seguir jugando su estúpida saga de zombis. Ahora, no solo son zombis, sino perros zombis y zombis radiactivos los que tiene que matar. Sabe que últimamente estoy irritado por todo, lo deja ir, como todos los días. El último mes fue el infierno en vida, nunca pensé que dejar por tanto tiempo fuera tan doloroso y asqueroso.

Mi cuerpo reaccionó con noches de taquicardia, sudor y temblores además de vómitos y dolores de cabeza insoportables. Cosas para las cuales no estaba mentalmente preparado porque: A) Nunca quise dejar. B) Nadie me avisó esa noche que me encerraron en casa que iba a ser la última que iba a vivir sin un candado en cada ventana y en la puerta principal. Creía que quien no quiere dejar, no puede dejar, pero mis amigos me hicieron muy difícil resistirme. No quería dejar pero no tuve otra opción. Entre Rocío, Ian y Andy terminaron haciéndome una rutina como si fuera un enfermo. Nunca dejaron de venir a pasar todo el tiempo conmigo, no hubo un día en el que estuviera solo para poder salir a comprar algo para consumir o poder meterme en uno de esos rincones donde tengo mis respaldos, sin que lo noten y se deshicieran de todo.

La primera semana fue la peor, pero eventualmente la sobriedad se encargó de dejarme tan entumecido con el dolor de perder a Katia que me deprimí en mi cama por días. Si antes quería salir desesperadamente, después no podía ni mover el meñique sin sentir angustia. Una angustia que no me deja vivir a veces. Un dolor distinto. Una desintoxicación distinta.

Pero sentí por primera vez algo que no había sentido en años: el silencio de mi cabeza.

Me prendo un cigarrillo y me recuesto sobre la silla con una toalla sobre los hombros.

—Quedate quieto.

Dice Ian mientras empieza a poner tintura en la cabeza con bastante destreza, debo decir.

—Tengo que estar presentable para mi primer día en rehabilitación.

Les digo en tono burlón. Andy se ríe todavía jugando sus juegos.

—Girá la cabeza.

Ian me mueve lentamente y termina de poner tintura en un lateral de mi pelo decolorado a blanco.

—La verdad es que no lo estoy esperando con ansias.

Andy pausa su juego y posa el codo sobre el respaldo del sillón para girarse y enfrentarme.

—No seas cagón. Andá y hacé las cosas bien.

Levanto los hombros sin ganas.

—¿Por qué no te concentras en dejar de tomar y hacés algo mejor que molestarme todos los días como una lombriz con campera de matón?

—No soy alcohólico.— Levanta la mano y termina señalándome. —Puedo dejar cuando quiera.

—No soy drogadicto. Puedo dejarlo cuando quiera. El problema es que no les entra en la cabeza, que no quiero.

Andy se estalla en una carcajada.

—El primer paso es aceptar que tenés un problema.

—Me gusta mi problema.

MomoWhere stories live. Discover now