Exasperación

656 135 80
                                    

Esteban

No soy de olvidarme nada, nunca. Si la responsabilidad tuviera un representante, ese sería yo. Pero últimamente tengo la cabeza por las nubes. Intento no ser estricto conmigo mismo, no duermo hace días, pero de todos los días, ¿hoy es el día que tengo que olvidarme de las cosas? Justo hoy. Mi maletín está en casa. Me acordé solo que necesitaba los papeles cuando después de dormir una noche completa mi mente finalmente se aclaró y pude organizar mis pensamientos. Lo bueno: no llegué a mi reunión sin el último borrador del contrato. Lo malo: me acordé después de que terminé de cambiarme.

Me pregunto si mis padres pasaron por esto cuando yo era un recién nacido. Ya no puedo divisar si todo esto es normal o no. Quizás todos los padres tienen este pacto secreto donde no les dicen a otras personas la realidad de la paternidad para así no erradicar la reproducción del mundo y así evitar la extinción de la raza humana.

Bajo del auto que estaciono un poco más en diagonal de lo que debería, pero no tengo tiempo. Miro el reloj, si hago las cosas rápido, puedo inclusive desayunar algo antes de irme. Tomo la manija de la puerta principal y me preparo para escuchar otra vez ese llanto agudo que te revuelve el estómago. Abro la puerta y un pulso frío me recorre las venas. La casa está en completo silencio.

El miedo.

Sabía que no me tenía que ir. Tendría que haberme quedado. Le dije a Cora que no era una buena idea. Corro por las escaleras hasta llegar a la puerta de la habitación principal. La puerta del balcón está abierta, la cortina flamea con la briza que entra en la casa, la cama está desarmada, la botella de vino está a la mitad y unas pisadas ensucian la alfombra de habitación con barro.

No, no, no, no.

Corro a la habitación de Emma y en la entrada me encuentro con una escoba y el jarrón que está esparcido en el suelo en mil pedazos. Las pisadas van y vienen de la habitación difuminadas, como si alguien hubiera entrado y salido varias veces. Las manos me tiemblan cuando empujo la madera. Lo primero que noto es la cuna completamente vacía. Doy mi primer paso completamente confundido. Ni Cora ni Emma están en sus camas y no hay rastros del llanto por ningún lado. Estoy pensando en lo peor cuando algo capta mi atención a mi derecha. Me giro para ver dos largas piernas vestidas de negro en el suelo.

¿Andrés?

Me giro ahora pudiendo respirar. Cora está dormida con una toalla en la frente, una frazada y un saco negro, sobre el pequeño sillón individual que está al lado de la cuna. A sus pies Andrés ronca con la cabeza contra las rodillas de Cora con los zapatos negros llenos de barro. Emma, quien por milagro está durmiendo, está sobre el pecho de Andrés, que la sostiene con una mano. La pequeña mano de Emma se escurre dentro de su camisa blanca.

No es que me alegre ver a Andrés en mi casa, pero me tranquiliza saber que nada horrible pasó mientras no estuve. Vuelvo a salir de la habitación para ver el jarrón de porcelana china totalmente destruido. Me llevo las manos al rostro para maldecir con cuidado. Mi mamá me va a matar. El suelo es un caos de tierra y barro seco y todo está desparramado bajo el rastro de escobazos descoordinados.

Intento no tener un ataque y ponerme a limpiar en este preciso momento.

Llego al lado de Cora para moverla levemente del hombro intentando despertarla con suavidad.

—¡Banana!

Exclama el mono como contento de verme. Revoleo los ojos porque esperaba que él fuera el último en despertar y que Cora me explicara de antemano algo de lo que está pasando en esta escena bizarra.

—¿Qué haces acá, Andrés?

Él se frota la cabeza y mira a su alrededor como viendo donde está antes de poder explicarme algo. Chista la boca y con una exhalación pesada se vuelve a tirar contra la rodilla de Cora.

MomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora