Impotencia

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Cris

Esteban llega a la puerta de mi casa en su auto vestido como un Dios. Corro por las puertas principales para saltar dentro del auto listo. Esperando que no se arrepienta, que no intente negociar y que la cita termine siendo dentro de mi casa viendo una película. Lo viene posponiendo con la excusa de que Emma no duerme bien, pero sé que todo está un poco mejor. Las últimas veces que fui a la casa, la beba pudo por lo menos conciliar un par de siestas acurrucada en las remeras negras que contrastan con todas las cosas blancas y celestes con las que Cora y Esteban intentan rodearla.

Esteban dentro del auto incómodo, me devuelve el abrazo fríamente.

—Te ves bien.

Esteban se agacha para mirar hacia mi casa y cuando ve que nadie nos está observando me toma de la mano por encima por el freno de mano.

—Estás precioso.

Siempre que lo veo me siento la persona con más suerte en el universo, cuáles eran las chances de que se fijara en mí.

Me besa levemente el dorso y sonríe manejando con ambas manos en el volante. Me relajo en el camino, me dejo sorprender, no tengo las expectativas muy altas. Es la primera vez que vamos a hacer algo en público desde que salimos y aunque no espero que sea una gran cita romántica, estoy agradecido de que podamos hacer algo juntos. Por una noche puedo pretender que somos una pareja normal. Es por eso que no pretendo presionarlo en este momento, solo quiero disfrutar de la comida y una buena charla, si todo el mundo que está a nuestro alrededor asume que somos un par de amigos, está bien y de seguro va a dejar a Esteban más tranquilo.

Cuando entramos al restaurante nadie parece fijarse en nosotros pero, aún así, siento la paranoia de Esteban a flor de piel. Me acomodo la camisa y me veo a la pasada en el reflejo de la ventana para acomodarme un mechón del flequillo. Él sigue adelante, me deja atrás mientras sigue a la moza que nos señala nuestra mesa, en el fondo del restaurante que tiene la luz tenue y tapizados rojos por doquier. Me concentro en el candelabro de color dorado que está por encima de la mesa en la cual, Esteban ya está sentado y acomodando la servilleta de tela sobre la falda y me giro para ver a los otros comensales muy concentrados en sus propias charlas y comidas.

—Podemos olvidarnos del mundo por un segundo. Estás casado, tenés una hija, nadie va a pensar nada malo.

Le digo por debajo de mi tono normal, corriendo la silla para acomodarme. Si estuviéramos solos, él lo hubiera hecho por mí.

—Lo sé.

Esteban sacude levemente la cabeza e intenta sonreír y parecer casual, pero se vuelve enseguida en el menú. Veo cómo su alianza dorada brilla en su dedo, incluso con estas tenues luces.

—¿Cómo estuvo tu día?

Pregunto enseguida. Esteban baja la carta que nos separa y clava la mirada en mis ojos.

—El trabajo me está matando... pero estuvo bien. Emma se está calmando de a poco, eso es bueno.

Él se rasca detrás de la nuca y descansa ambas manos sobre su falda una vez que decide qué va a comer. Es rápido para esas cosas, siempre sabe lo que quiere instantáneamente. Me doy cuenta de que está listo para pedir y me hundo en el menú.

—¿Qué vas a ordenar?

—Risotto.

Asiento.

—Entonces quiero lo mismo.

—Tienen muchas opciones. De seguro te gusta otra cosa.

El restaurante es uno de los más caros del pueblo, refinado y elegante, tiene un aura íntima, con música que suena de fondo. Sé que hizo un esfuerzo en no intentar llevarme a un lugar más corporativo. Es algo romántico que haya elegido esto, pero a la vez me pregunto si es porque está en penumbras. A simple vista no puedo deducir quién es quién, es difícil concentrarme en rostros ajenos con tantas luces bajas y siendo que casi todas las mesas están cenando a la luz de las velas.

MomoWhere stories live. Discover now