Disforia

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Esteban

Es finalmente Cora quien tiene la idea. La casa está en completo silencio después de... ya no sé cuánto tiempo, Emma duerme profundamente en los brazos de Andrés, el único lugar donde parece querer relajarse y Cora da un paso hacia ellos. Su mano se posa en el brazo del mono, y en puntas de pie llega a su cuello. Inspira levemente, Andrés se gira un segundo para verla de reojo y la piel de sus brazos se erizan enseguida. Lo noto a pesar de que estoy a unos metros, lo noto entre sus manchas de tinta negra.

Nunca antes los había visto interactuar, es decir, los había visto juntos un par de veces cuando Cora y yo salimos, pero nunca así. No se necesita ser un genio para notar el efecto que Cora tiene en Andrés y se necesita menos para que cualquiera se dé cuenta de que ella no lo sabe.

El mono se queda en esa posición, quieto como estatua, como si estuviera por desarmarse si se mueve. Cora se retira y lo deja atrás, él simplemente la sigue con la mirada.

—Tal vez es la altura.

Digo cuando me doy cuenta de que Cora tiene que hacer un esfuerzo para alcanzar su cuello allá arriba.

—No.— Susurra ella. —No es eso.— Toma a Emma entre sus brazos preparándose para el llanto pero decidida. —Andy, sacate la remera.

Andrés solo sigue mirándonos como si estuviéramos locos, pero en vez de resistirse, después de un suspiro resignado, el mono baila: Se quita la remera y mueve los brazos a lo largo de su torso, esperando algo más. Cora le saca la remera de la mano y la lanza sobre mi cuerpo.

—No me voy a poner esto. ¿Quién sabe cuándo fue la última vez que se bañó?

Me quejo levantando la remera negra que tiene una novia zombie saliendo de su entierro con un velo blanco y roto, clavando sus uñas en una lápida. La inscripción dice "Mi ex viene a buscarme". Un álbum de alguna banda asquerosa supongo.

—Hoy, Banana.

Dice Andrés con una cara.

—No te creo, mono.

—Sabías que los monos comen bananas. ¿No?

Encarno una ceja.

—¿Estás diciendo que querés comerme la banana?

Digo. Su rostro se vuelve una gran línea horizontal en menos de un segundo.

—No. Eso no salió bien. Ignora todo lo que dije.

Cora nos interrumpe cuando Emma empieza a llorar, ella se encarga de acomodar mis brazos y deja la remera como una manta sobre mi pecho. Cuando posa a Emma sobre mi pecho, ella se empieza a acurrucar contra la tela, que por desgracia, huele horrible.

—¿Qué perfume usás?

Pregunta Cora a Andrés, girándose con emoción, como quien acaba de resolver un misterio milenario.

—Lo tengo en el auto.

Señala con su brazo largo y cuando nos quedamos expectantes, sale por la puerta principal. Yo solo rezo que ningún vecino lo vea con esas pintas y el pecho desnudo volviéndose a meter en nuestra casa.

Le lanza la botella a Cora que la atrapa de milagro antes de que se caiga al suelo. Es como si estuviéramos viendo el remedio a todos nuestros problemas y él lo lanza como si fuera otra mierda más para romper sin cuidado.

Cora se rocía un poco en la muñeca y huele el perfume. Sacude en el aire y lo vuelve a oler, cada vez más insatisfecha.

—No es lo mismo.

Declara y toma al mono de nuevo del brazo, esta vez su mano se posa en su pecho y puedo ver cómo él se electrifica hasta la cabeza.

—¿Qué no es lo mismo? ¿Es el que usa o no?

Cora mira a Emma que sigue acurrucada en la remera de Andrés.

—¿Es la remera de Ian?— Andrés mira el pedazo de tela que cuelga sobre mis brazos. —Sé que no es tuya. No te gusta esa banda.

—Sí. Es de Ian.

Cora camina y se lleva la manga de la remera a la nariz. Siento que está en una escena del crimen intentando poner las piezas del puzzle juntas para que todo cobre sentido.

—Pero huele a vos.

Andrés levanta los hombros.

—Me la dio para que la use mientras cuidaba a Teo. ¿Qué importa de quién es la remera?

Cora se huele la muñeca y luego huele la manga nuevamente.

—No es su perfume. Es él.— Me explica a mí con los ojos bien abiertos y cuando está por continuar, se muerde la lengua, sus labios vibran un segundo y después continúa. —Andy... tiene un aroma particular. No es el perfume. Podemos probarlo, pero estoy segura de que no es simplemente el perfume.

—¿Qué es entonces?

Mezo a Emma quien se mueve entre sueños.

—Todo. El perfume, los cigarrillos, el cuero... su piel. Sentilo.

Corra extiende la manga por encima de Emma y luego su muñeca. Para mí, huele exactamente igual. Veo al mono que contempla a Cora como si fuera la última perla del mundo. Le gustó que lo conociera así.

—Es lo mismo, Cora.— Me dirijo al mono. —¿Cuánto por el perfume?

—Se los regalo. Pero necesito mi remera para volver a salir. No puedo llegar a la cena sin nada puesto.

—Te la cambio.

—¿Por una de tus camisas? No gracias, paso.

—Son caras.

—No me importa. No me voy a poner nada tuyo.

Cora se gira hacia mí, abre los ojos, está segura y me impulsa a que negocie con él. Pero no sé qué tengo para ofrecerle.

—¿Por qué no lo convences vos?

Le digo en un susurro, ella suspira, se gira, se acomoda el camisón.

—¿Por favor?

Dice juntando sus manos contra su pecho. Andrés niega con la cabeza.

—Necesito volver y necesito mi remera, linda.

—¿Solo por hoy?

—Dame la remera y después de cenar te dejo otras. Pero dejame salir de esta casa con la poca dignidad que me queda.

Termino devolviéndole la remera al mono y él después de calzársela sobre el cuerpo sale disparado por la puerta principal, aunque ella le invite café y un par de los pastelitos de manzana que cocinó a la tarde.

Cora intenta usar el perfume pero no hay caso, ella tiene razón, no es simplemente el perfume. Leí alguna vez que los bebés no se aferran a sus peluches o sus mantas por el objeto en sí, sino por el aroma. La función de las mantas de apego es aportar al recién nacido compañía, confianza y protección en los momentos que no está en los brazos de sus padres, pero todo nace con el olfato. Cuando me doy cuenta de lo que llama a Emma es la remera de Andrés me doy cuenta de que voy a tener una hija que va a oler a cigarrillos todo el tiempo. La preocupación de que se vuelva adicta me invade con toda su paranoia pero después me doy cuenta de algo peor, algo que Cora ya entendió:

La manta de apego de Emma no es la remera de Andrés, es él.

MomoWhere stories live. Discover now