Impaciencia

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Andy

Acelero el auto lo más que puedo porque ya no puedo más, necesito algo, necesito que algo me haga sentir algo más que todo esto, quiero algo que me haga bien. No puedo dejar de pensar en cómo mi vida se va en picada sin que pueda hacer nada para detenerlo. Todo lo que quiero, todo lo que debería haber cuidado y querido, desaparece. Desaparece detrás de la niebla y estuve tanto tiempo agachado, tirado en el suelo que ya no me acuerdo qué se siente pararme sobre mis piernas para intentar sacar la cabeza de la bruma. Hay algo que brilla entre todo esto, cada vez ese destello es más difuso y se apaga con cada segundo. Si no corro hacia él, creo que va a desaparecer para siempre.

Meto el cambio y giro en la esquina a alta velocidad. Mis lágrimas me hacen picar los ojos y me los froto con la muñeca mientras manejo solo en medio de la noche. Veo cómo las puertas de las casas se iluminan con los faroles de mi auto y pienso en la cantidad de personas que deben estar durmiendo plácidamente en sus camas. Yo simplemente siento cómo se me empieza a caer el alma al suelo. Tengo que agacharme sobre el volante para que el pecho no me duela tanto y termino encorvado sobre el parabrisas. No pienso a dónde voy, solo manejo, manejo sin sentido. Buscando cualquier cosa que pueda servirme más que los miles de calmantes que me dio mi vieja y poco hacen. Solo me dejan las piernas tontas, el cuerpo lento, pero mi mente no para. No deja de reproducir imágenes de cosas que no quiero recordar.

Una vez más tengo que frotarme los ojos y la mano se me escapa hacia un costado, el auto pierde su eje y piso los frenos para derrapar sobre el asfalto hasta que termino con dos ruedas arriba de la vereda. Golpeo el volante con fuerza y después de frotarme la cabeza me dejo caer en el respaldo. Abro la guantera del auto y tirando todo en el suelo intento tomar una pequeña botella de ron que siempre da vueltas por mi auto. No me gusta, quedó ahí una vez que salí y nunca la volví a recuperar. Por mi torpeza, la botella también aterriza en el suelo y junto a ella, un pequeño invisible marrón.

Observo el diminuto objeto y lo tomo con los dedos dejando el alcohol de lado. Lo alzo frente a mis ojos para observarlo. Hubo un tiempo cuando mi auto siempre estaba plagado de estos pequeños alambres que Coraline usaba en su pelo y yo insistía tanto en quitarlos. Lo hago girar entre mis dedos. Debe ser el último, el último que queda. Cuando lo intento ver a contraluz un pequeño destello lo hace brillar. Y lo veo entre la niebla, claro como nada más. Incluso por encima de mis ojos llenos de lágrimas parece nítido como nada más a mi alrededor.

Suspiro y relajo mi brazo, es entonces que veo la puerta principal de la casa que tengo enfrente. Tiene un pequeño espejo que refleja el farol de la calle. Prendo el invisible a la solapa del cuello de mi saco y observo la casa con más detenimiento. Cuando veo los números dorados instalados en la marquesina blanca, tengo que sacar mi celular para certificar que no perdí la cabeza. Busco la dirección y los números concuerdan. Tanteo una vez más a mi alrededor para ver si la calle es la correcta y lo es.

No veo el auto clásico de Esteban ¿Capaz lo cambió? Ya hace tanto tiempo que no veo su auto. Intento identificar un garage y cuando veo la puerta ancha me decido a salir de mi auto. Una extraña sensación me susurra en la nuca, no es ansiedad, ni miedo, ni nada que haya sentido antes. Pero la sangre sigue recorriendo mis venas a mil por hora y el corazón no me deja de pegar contra el pecho tan violentamente que lo puedo escuchar detrás de mis oídos. Camino hasta la entrada hasta llegar a la puerta principal donde me quedo helado por unos segundos.

¿Voy a hacer esto? Tal vez no es buena idea. No sé ni qué hora es.

Me llevo la mano al pecho para sentir mi corazón latiendo desaforadamente y mi mano se encuentra otra vez con el invisible. Realmente es lo único que se ve nítido en toda mi realidad. Sin pensarlo, mi dedo presiona el timbre con cuidado. Cuando me arrepiento retrocedo mirando la casa como si me fuera a devorar. El taco de mi zapato se traba con un desnivel del porche de entrada.

MomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora