Traición

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Rocío

Me despierto en la mañana, con la luz del sol que entra por el ventanal directo hacia el sofá cama. Tengo las manos vacías, sé que antes de quedarme dormida las tenía llenas. Veo hacia mi derecha cómo Andy está desmayado con las piernas extendidas delante de la silla donde está sentado. Su cabeza cuelga del respaldo y tiene la boca abierta mientras ronca levemente. Desastre.

Giro hacia adelante y poso mi mano en mi frente cuando la luz me ciega, pero, aún así, cuando mis ojos se acostumbran a la claridad, veo a Teo sentado en la punta de la cama, tiene el codo en la rodilla, mano en la mejilla y el cigarro que sostiene entre sus dedos desprende un dejo de cenizas que cae directo al suelo.

Me termino de reincorporar y me arrastro por la cama para rodear los hombros de Teo con ambas manos y darle un beso en la mejilla.

—Buenos días.

—¿Qué hacemos durmiendo juntos en la casa de Ian? ¿Le dimos un show a Andy anoche?

Él señala a Andy, quien se frota el pecho dormido y deja de roncar.

—No. Solo nos pareció buena idea venir a pasar la noche acá.

Me sorprende que no se haya despertado en lo que quedaba de la noche y la mañana para vomitar.

—¿Qué pasó?

Pregunta quitando mis brazos de sus hombros y girarse para enfrentarme con el cigarro en la boca. Sus ojos están rojos, inyectados de sangre, una pequeña vena explotada en su ojo izquierdo se expande como telaraña roja. Tiene las mejillas hundidas y los hombros caídos que evidencian el poco peso que está pudiendo contener estos días. Cuando veo cómo el teñido violeta está decolorado en las puntas, noto que su pelo está más dañado que nunca. Me quito uno de mis prendedores de pelo y le corro el flequillo hacia un costado para sostenerlo fuera de sus ojos. Realmente Teo es sólo jirones de lo que alguna vez fue. De lo que era antes de conocer a Katia.

—Estabas muy ido.

—Ah. Nada fuera de lo normal entonces.

Teo me sonríe y empieza a buscar en todos sus bolsillos. Le quitamos todo la noche anterior y por algún motivo prefiero que se dé cuenta por sí mismo, de esa manera puede asumir que perdió la droga que siempre tiene escondida por todos lados. Se revisa las medias y nada. Finalmente abre la billetera y de entre su tarjeta de identificación y la de conducir saca una pequeña bolsa de plástico con algo de polvo amarillo. Lo observo con cuidado sin decir nada. Con la tarjeta de identificación se sirve un poco y aspira por la nariz, se sostiene el puente pinchándose con los dedos para sostener todo dentro. Le duele, lo veo en su expresión. Cuando deja ir, sonríe y ya no es ese chico precioso de sonrisa inocente y perturbadora. Es más bien una sonrisa vacía, llena de tristeza.

—¿Tenés que empezar tan temprano? Recién te despertás Teo...

Guardando la bolsa, antes de ponerla de vuelta en su lugar, la levanta frente a mí y como si fuera obvio, abre los ojos sarcásticamente.

—Esto me hace empezar, querida Ro.

Termina de guardar todo y busca en la mesa del extenso televisor el cenicero para apagar la colilla que está más que consumida.

—¿A dónde vas?

Teo se gira con los hombros levantados.

—Tengo cosas que hacer.

—¿Cómo qué?

—No sé. Ganarme la vida ¿Quizás?— Ve el balde al lado de la cama y lo levanta, ladea una sonrisa y me lo muestra. —Cada vez me vuelvo mejor en esto. Ni una sola gota.

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