—Sabes, Carla...
—Dime, mi amor.
—Me gusta cuando estás de buen humor; cuando puedo sentir el fuego de tu intensidad. Las horas extras al parecer te vienen bien, depositando luego tú, aquel estrés sobre mi pene. Me fascina cuando mojas así, eres mi perra.
—Pero tú me agobias, dudas de mi.
—No es eso amor, lo que ocurre es que a veces...
—¿A veces? —le miró con seriedad—. Termina la frase.
—¡A veces pienso que ese maldito quiere cogerte! —exhaló—. Pero luego recuerdo que no serias capaz y la calma me alcanza.
—Raúl.
—¿Si, baby?
—Prométeme que jamás volverás a dudar de mí, eso me lastima demasiado.
—Te lo juro, Carla.
