—Adiós.
—Cuidate, insensible.
Declara, estrellando la puerta.
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Pasaba el tiempo sobre mis sentimientos y mi piel, mientras me mecía en la vieja mecedora. Decidí llamarla, para decirle algo que no aguantaba dentro de mi.
—Carla.
Manifiesto pausadamente.
—Dime.
Contestó, como si quisiera que le pidiera volver.
—No puedo explicarte cuanto te quiero, o quizá, lo que me hace falta es tu maltrato. Una necesidad intensa de tu amor se apodera de mí y me hace desearte cerca, aunque sé que me perjudica. No tengo la voluntad de dejarte ir, pero de todos modos no puedo detenerte. Soy vulnerable a ti y a tu sonrisa cariñosa, la cual sé, está inspirada en alguien más.
Suena el tomo descolgado.
—¿Carla? ¿Carla?
