La viuda

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—Lamento escuchar sobre la muerte de su esposo, señora Medina.
—Jhon. —hizo una pausa para dar un sorbo al café—, dejemos los formalismos; llámame Camila, y, yo no lamento su muerte.
—Está bien, Camila, ¿por qué dice qué no lo lamenta? usted y el señor Willian eran muy unidos.
—Tenía sus cosas buenas, pero también sus malas; la peor era su impotencia, maldición que sufrí por años, y cuando rara vez tenía una, o algo parecido, no duraba ni para calentarme. Me vi obligada a depender del sexo de otros hombres a escondidas, mientras él se jactaba ante sus amigos de ser un macho alfa en la intimidad.

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