Capítulo 14: Tienes que volver

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Caminaba por las calles parisinas sin un rumbo fijo, moviendo sus pies solo por inercia y con la sensación de estar completamente anestesiada. Sin saber cómo, ni cuánto tiempo le había tomado, llegó a la Plaza de la Concordia y decidió sentarse en una de las tantas bancas disponibles, pues si seguía caminando en el estado en el que estaba, era muy probable que terminara siendo atropellada por un auto. Ya un par de veces fue arrancada de su propia abstracción al escuchar las bocinas furiosas de los conductores, por cruzar la calle distraída.

Se pasó una mano por su largo cabello y cerró los ojos, repasando, una vez más, lo ocurrido esa tarde.

—Christopher es tu cuñado —repitió reflexionando, con la mirada fija en alguna otra parte del taller, luego de que Sofía lanzara una bomba sin siquiera saberlo. Volvió a posar sus ojos en la novia, como si hubiese resuelto el puzzle por fin—. Te vas a casar con Andrés.

—¡Sí! —dijo emocionada, mientras se cubría con la delicada bata de seda color lavanda—. Entonces sí conoces a Chris y a Dul. ¡Qué pequeño es el mundo!

Sonrió con ironía al tiempo que sentía como las lágrimas se le acumulaban en los ojos. Inclinó la cabeza hacia atrás y miró al techo pestañeando con rapidez, para así lograr que el llanto se disipara. Pero al ver que era imposible, le dio la espalda a Sofía y cruzó el taller para tomar un muestrario de telas y comenzar a revisarlo.

—Los conozco. Dulce es mi mejor amiga de toda la vida —dijo Anahí finalmente, pero aquellas palabras supieron tan amargas en su boca, que por poco sintió ganas de vomitar.

—¡No inventes! —rió sorprendida—. Es muy simpática y linda. Hace una pareja ideal con Christopher, ¿no te parece?

—Totalmente.

Después de eso se había secado las lágrimas sin que Sofía se diera cuenta y haciendo uso de sus más grandes defensas, escondió todas sus emociones y continuó con su trabajo como la profesional que siempre había sido.

Abrió los ojos al escuchar a dos niñas jugar cerca de ella. Las miró con detenimiento, no debían tener más de 10 años y sentadas una frente a la otra, golpeaban sus manos al ritmo de una pegadiza canción cantada por ellas mismas; cada vez que una se equivocaba en la coreografía, reían y comenzaban otra vez. Entonces, Anahí lloró, lloró como no se había permitido hacerlo en toda la tarde, mientras sentía como el alma se le desgarraba con cada sollozo.

Conocía a Dulce desde que tenía cinco años, cuando ambas se habían quedado sin pareja en la primera clase de educación física, por ser demasiado tímidas para ir y acercarse por iniciativa propia a cualquier compañero. La profesora las había tomado de la mano a cada una y las había juntado, dándoles una pelota para que imitaran los ejercicios que hacían los demás.

—Me gusta tu pelo —le había dicho Dulce, mientras se arrojaban la pelota la una a la otra con cuidado.

—Gracias, me gustan tus zapatillas —respondió Anahí con una sonrisa, mirando el blanco calzado con una línea rosada en el costado y la imagen de barbie—.Mi mochila es de barbie también, si quieres te la enseño cuando vayamos al salón —le propuso y Dulce sonrió asintiendo con la cabeza—. ¿Cómo te llamas?

—Dulce María, ¿y tú?

—Anahí... Oye, tu nombre es muy largo.

—Mis papás me dicen Dul —dijo encogiéndose de hombros—. Si quieres me puedes decir así.

—Bueno. Y tú me dices Annie —ambas rieron mientras continuaban jugando con la pelota—. Me caes bien, ¿quieres ser mi mejor amiga?

—¡Sí, sí quiero!

Ella o yoWhere stories live. Discover now