Capítulo 22: Amigos y Amantes

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Despertó gracias al exquisito olor del café recién hecho, del pan aún caliente y la fruta fresca. Renuente a levantar sus párpados, pasó ambas manos por su rostro y luego estiró los brazos hasta que estos chocaron con el respaldo de la cama. Abrió los ojos de golpe, pues aquello la sorprendió. No recordaba haberse dormido en esa posición, menos estar debajo de las cobijas. Por el contrario, se dijo, anoche se había dormido sobre el edredón, desnuda y rendida ante su propia tristeza, al darse cuenta de lo tonta que había sido al caer en la tentación de hacer el amor con su esposo.

Se incorporó, apoyando los antebrazos en el colchón para mirar la habitación y descubrió que el olor que la había despertado provenía de la mesita de noche a su lado, donde descansaba un gran desayuno, acompañado de una rosa roja.

—Buenos días —la saludó Christopher con una sonrisa en los labios, quien entraba a la habitación desde el balcón.

Desvió la vista hacia él. Se veía fresco, probablemente debido a una ducha reciente, su pelo color miel aún estaba húmedo y peinado despreocupadamente hacia atrás, pero las rebeldes ondas ya comenzaban a formarse, logrando que de a poco comenzara a tomar esa apariencia alborotada que tenía siempre. Sencillamente vestido, con una camiseta azul y unas bermudas café claro, estaba para comérselo, pensó Dulce inmediatamente. Pero con rapidez trató de apartar aquellos pensamientos, al recordar lo que le había hecho anoche.

—¿Qué haces aquí? —preguntó cortante, al tiempo que tiraba de la inmaculada sábana blanca para cubrir su cuerpo desnudo y así sentarse en el borde.

Christopher se acercó a los pies de la cama y se cruzó de brazos, entornando los ojos.

—¿Cómo que qué hago aquí?. Pensé que, después de lo de anoche, era evidente que ya no dormiríamos en habitaciones separadas...

Dulce se levantó, enrollando la sábana alrededor de su cuerpo, impulsada por la rabia que sintió al escuchar las despreocupadas palabras del hombre que ayer la había dejado abandonada, luego de saciar su deseo con ella. Estaba tan enojada con él que los nudillos se le ponían blancos al sujetar la tela.

—¿¡Anoche!? —bramó ella con incredulidad. Luego bufó irónica, al tiempo que negaba con la cabeza—. ¿Y llegaste a esa conclusión antes o después de dejarme aquí sola, como si yo fuera una puta barata?

La pelirroja alcanzó a ver un destello de diversión en los ojos de él y eso encendió aún más su furia.

—Dulce...

—¡Nada! —lo interrumpió y se acercó a él para darle un golpe en el pecho—. ¡Eres un idiota! —lo golpeó de nuevo—. Te lo dije en la casa de mis padres y te lo repito, si crees que puedes tratarme como si yo fuera una cualquiera, estás muy equivocado, Christopher.

Lo iba a golpear de nuevo, pero él le sujetó la muñeca con fuerza, aproximándola aún más a su cuerpo y aprovechando aquello para rodearle la cintura con el brazo que tenía libre.

—¡Ya basta! —ordenó Christopher alzando la voz. Por un minuto permanecieron en silencio, mirándose fijamente a los ojos—. Déjame hablar, por Dios.

—¡Suéltame! —dijo ella, removiéndose entre los brazos de él hasta lograr su objetivo. Luego dio un paso hacia atrás, por pura precaución. Christopher suspiró y pasó una mano por su pelo, en gesto desesperado.

—Te dejé porque tenía que atender una llamada. Luego fui por mis cosas a mi habitación y cuando regresé ya estabas dormida —suspiró—. Seguro no te acuerdas porque duermes como tronco, pero te arropé y hasta dormí contigo.

Dulce le dio la espalda, para que él no pudiera ver la confusión en sus ojos. Aún estaba muy molesta y no sabía si creer lo que le decía. Echó rápidamente una mirada a la habitación y pudo comprobar que ahora la maleta de él estaba ahí, al igual que su ropa, la cual se veía colgada junto a la suya en el closet.

Ella o yoWhere stories live. Discover now