Capítulo 26: Basta de jugar

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Miró a Dulce de reojo, sin perder de vista la carretera y comprobó que a la pelirroja le pasaba algo. No tenía idea de qué era, pero sabía que algo había cambiado. Se veía tensa y taciturna, ausente, como si no quisiera estar ahí. Apenas hablaba y cuando lo hacía, solo eran monosílabos murmurados, sin una pizca de emoción.

Desde que salió de la ducha la notó así y por más que había preguntado, la respuesta siempre había sido la misma: "nada".

Se preguntaba qué podría haber cambiado en los escasos 15 minutos que le tomó ducharse y vestirse para la fiesta a la que se dirigían. Antes de eso, Dulce se mostraba alegre y cariñosa; luego, se había convertido en este pequeño cuerpo frágil al cual, aparentemente, le habían quitado el alma. Le partía el corazón verla así, más aún sin saber la causa.

—Dobla aquí —indicó Dulce, con la misma voz fría con la que lo trataba desde que salieron del departamento, las escasas veces que le había dirigido la palabra.

Siguió su instrucción y minutos después se encontraron con el imponente centro de eventos donde se llevaría a cabo el cocktail.

Christopher se bajó y rodeó el auto con rapidez para abrirle la puerta a su mujer, pero ella lo hizo antes de que él pudiera llegar, dejándolo impávido y desconcertado ante su actitud. La vio caminar hasta la entrada, sin esperar por él y le dio las llaves de su auto al valet parking para seguirla.

—¿Se puede saber qué demonios te pasa? —le preguntó al odio, luego de que la tomara del brazo para detenerla y la acercara a su cuerpo.

—Ya te dije que no me pasaba nada —respondió soltándose bruscamente de su agarre. Dio unos pasos hasta el hombre que recibía los abrigos de todos los invitados y le entregó el suyo, sonriéndole amable en el acto y Christopher se sintió envidioso de aquel que podía recibir tal gesto de su mujer.

Dulce entró en el amplio y sofisticado salón sintiendo a Christopher seguirla detrás. Desearía que él no estuviera ahí, incluso desearía ella no estar ahí. Ya se sentía lo bastante mal como para tener que entregar una sonrisa fingida a los altos ejecutivos y a sus compañeros de trabajo.

Aceptó de buena gana una copa de champaña cuando un camarero se la ofreció y se la tomó de un solo trago, bajo la mirada de Christopher y quien estuviera al rededor, pero ciertamente no le importaba. Ya nada le importaba después de lo que había visto esa misma noche en el estudio.

—Dulce, te estás portando muy extraña y comienzo a irritarme... —dijo Christopher nuevamente a su odio, para que solo ella pudiera escucharlo. La pelirroja lo miró abriendo mucho los ojos en un gesto irónico.

—¿¡Tú empiezas a irritarte!? ¡Dios mio! ¿¡qué haremos!? —alcanzó otra copa de uno de los camareros que rondaban y la tomó nuevamente de un solo trago, para luego mirar a Christopher con frialdad—. Si no te gusta como soy, puedes irte. Yo no te obligué a venir aquí, así como tampoco te he obligado a estar conmigo todo este tiempo. Las puertas siempre han estado abiertas para que te vayas, Christopher, pero eres tú el que ha decidido quedarse conmigo. 

—¿Por qué me dices esas cosas? —preguntó él, totalmente desconcertado ante la actitud de la pelirroja.

Antes de que pudiera responder, ambos escucharon una potente voz masculina a espaldas de los dos, que llamaba a la pelirroja por su nombre. Al voltearse, Dulce vio a Ernesto Meyer, uno de los dueños de la firma, junto a dos de sus socios. Se saludaron cordialmente y la pelirroja presentó a Christopher como su esposo. Luego, el alto ejecutivo la felicitó en gran medida por su trabajo, elogiándola a ella por su gran capacidad y a Christopher por tener "tal joya a su lado".

—¿Champaña? —ofreció un camarero justo cuando Dulce y Christopher volvían a quedarse solos y la mujer aceptó su tercera copa. La llevaba a sus labios para terminarla, igual como había hecho con las dos anteriores, cuando su esposo la detuvo, agarrándola suavemente de la muñeca.

Ella o yoМесто, где живут истории. Откройте их для себя