Capítulo 19: Perro del hortelano

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Le dio una última leída al informe que había estado redactando durante la pasada hora. Cuando ya no encontró errores, lo adjuntó a un mail dirigido a Maite, junto con otros tres documentos sobre el mismo caso e instrucciones específicas sobre lo que debía hacer a continuación. Presionó el botón de enviar y se estiró en la silla, pasando los brazos por arriba de la cabeza y recibiendo la confortable brisa marina.

Se levantó y caminó hasta la pequeña barandilla que había en el balcón con el que contaba la suite, lugar donde había estado trabajando toda la mañana, admirando la preciosa vista que le entregaban las paradisíacas costas de Cancún. Cuando se fue a la casa de sus padres, con la idea de alejarse de todo, había pensado tomarse solo dos semanas de descanso del trabajo, pero con la inesperada llegada de Christopher y como se había desencadenado todo después, esas dos semanas terminarían siendo tres, cuando el domingo ambos volvieran a la capital, luego de pasar tres días en una luna de miel pagada completamente por los padres de ambos, como regalo de bodas.

Soltó una carcajada sin humor, al tiempo que negaba con la cabeza, pues pensar en esos tres días que pasarían juntos bajo el título "luna de miel" era ridículo.

Después de la ceremonia, fingieron celebrar junto al selecto grupo que los acompañó en la confirmación legal del supuesto amor que sentían el uno por el otro. Ambos compartieron con los invitados, sonriendo y deslumbrando a todos con su encantador idilio, se mostraron felices y agradecidos con sus padres y enamorados entre ellos, logrando que la mayoría de los que ahí estaban, creyeran aquella farsa que tácitamente habían acordado mantener.

No hicieron más que subir al auto que los llevaría al aeropuerto, luego de despedirse de todos sus seres queridos, para que la cruda realidad se hiciera presente. Una realidad en la que ambos no cruzaban palabra, cada uno a un extremo del asiento, mirando por su respectiva ventanilla. Escenario que se repitió cuando subieron al avión, durante las dos horas y quince minutos que duró su vuelo y hasta que llegaron al lujoso hotel que los alojaría por las cuatro noches y tres días que estuvieran ahí.

Cuando llegaron a la recepción, Dulce tuvo el privilegio de escuchar la voz de Christopher de nuevo, luego de lo que le pareció una eternidad, pero ante lo cual no iba a permitir a sus sentimientos aflorar, pues se había prometido ser fuerte, mantener la cabeza fría y sortear el rencor de su esposo de la mejor manera que pudiera. Nadie lo conocía mejor que ella, ni siquiera Anahí, y con un poco de paciencia, él terminaría cediendo para bien o para mal.

—Espero que disfruten su estancia con nosotros —había dicho el amable recepcionista que los había recibido, luego de hacer el check-in y dejar sobre la mesa un sobre con dos tarjetas y dos pulseras, las cuales les daban acceso a los beneficios del resort—. Si hay algo en lo que pueda ayudarlos, no duden en avisarme.

—De hecho, Carlos —respondió Christopher, leyendo su nombre en la placa—. Si fuera posible, me gustaría reservar otra habitación. Mi esposa se quedará con la suite y yo con cualquier otra cosa que tengas disponible.

Si a Carlos le había impactado la petición del hombre, no lo demostró ni por un instante, pensó Dulce, pues inmediatamente comenzó a teclear con eficiencia para encontrar lo que Christopher le había pedido. Encontró una habitación simple disponible, un piso más abajo de donde estaba la suite que los padres de ambos habían reservado y con toda la rapidez que le fue posible, inició con la reserva, luego de que Christopher le diera su aprobación.

Dulce respiró profundamente y soltó el aire con lentitud, sin que su esposo lo notara, pues estaba delante de ella, dándole la espalda. Con eso logró serenarse, o al menos parecer tranquila, ya que no podía negar que aquello le había dolido. No había una muestra más férrea de su rechazo.

Ella o yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora