Capítulo 25: Entre el cielo y el infierno

1.1K 89 27
                                    

Eran las once de la mañana cuando Maite entró en la oficina de Dulce con un enorme y precioso ramo de rosas rojas, contenidas en un jarrón de cristal.

—Acaban de llegar para ti —anunció la morena, con los ojos brillantes de la emoción.

Frunciendo el ceño y con una sonrisa ladeada producto de la sorpresa, Dulce se levantó de la silla y rodeó su escritorio para ver el regalo con más atención. Se deleitó con la perfección de cada flor y con el fragante aroma que dejaron flotando en su oficina.

—¡Ve quién te las envía! —la animó Maite, señalando con la barbilla la delicada tarjeta blanca que contrastaba con el rojo de las rosas. Dulce rió ante la impaciencia de su amiga y siguió su consejo.

Gracias por una noche inolvidable.

C.

Era el mensaje contenido en el papel, el cual vibraba producto del temblor en sus propias manos. Volvió a ver a Maite, apenas pudiendo contener la sonrisa embobada que comenzaba a formarse en sus labios, mientras que la secretaria la miraba inquieta por saber quién había tenido tal detalle con ella.

—Son de Christopher —le informó la pelirroja, aun sin poderlo creer.

—¡No inventes! —chilló Maite, con los ojos muy abiertos. Luego rió encantada—. Está loquito por ti.

—No digas tonterías, May —murmuró mirando las flores con cierta nostalgia—. Son solo un regalo sin importancia.

—¡Dulce, por Dios! —reclamó, mostrándose exasperada—. Nadie envía rosas así por algo sin importancia, menos un hombre como Christopher.

Ambas escucharon el sonido del teléfono en el escritorio de Maite, pero la morena decidió ignorarlo.

—¿Por qué te niegas a aceptar que él te quiere? —preguntó la secretaria.

—Teléfono —indicó Dulce con el dedo. Maite volteó la cabeza a su escritorio y rápidamente miró a su amiga otra vez.

—Si, si. Evita la pregunta todo lo que quieras, pero sabes que tengo razón.

Dicho aquello, abandonó la oficina, cerrando la puerta tras de sí.

Dulce volvió a tomar asiento detrás de su escritorio, aún con la tarjeta entre las manos. Se reclinó en la cómoda silla de cuero negra y leyó, una y otra vez, las palabras que ahí se plasmaban, reconociendo la informal letra de Christopher.

Sonrió enamorada ante la dedicatoria, y también por el recuerdo de la noche anterior.

El evento de Sofía había durado un par de horas, pero luego de que Lorenzza revelara el origen de su anillo de compromiso, Dulce no fue capaz de enterarse de las cosas que ocurrieron en aquel vestidor. Conversó con cada una de las mujeres que ahí estaban, pero como si fuera una autómata, pues solo podía pensar en las palabras de la abuela de su esposo y en lo que pudo haber cruzado por la cabeza de él cuando decidió darle un regalo tan especial a ella, quien ciertamente no se lo merecía luego de todo lo que había hecho.

Cuando Alexandra la dejó en su edificio, aún era un torbellino de dudas sin resolver y conjeturas inconclusas. Sin embargo, cuando atravesó el umbral de la puerta de su departamento y vio a Christopher sentado en el sofá de la sala, vestido con un pantalón deportivo y una camiseta vieja de algodón, todas sus preocupaciones e incertidumbres callaron. Era como si al verlo se anclara a él, pues le costaba divagar en otros horizontes en los que el hombre que amaba no estuviera.

Christopher había desviado su atención del televisor para verla a los ojos, luego le regaló una cálida sonrisa, la cual logró que le temblaran las piernas, y le preguntó cómo se la había pasado, quizás también le había preguntado si quería comer algo o si estaba bien, la verdad es que no lo recordaba, solo fue consciente de deshacerse de sus zapatos y después caminar hasta donde él estaba.

Ella o yoWhere stories live. Discover now