Capítulo 9

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9 de mayo del año dos mil dieciséis.

El ambiente estaba sofocado, había demasiado barullo alrededor, los gritos de todas las personas allí presentes. La emoción se palpaba en el aire.

Para todos menos para Mimi.

La chica con los veintitrés años recién cumplidos y con una responsabilidad increíble a sus espaldas al tener que dar la cara por el líder de la banda callejera del momento.

—Hey, mírame, lo harás bien.— le dijo este mientras dejaba un mechón de su rojizo cabello detrás de su oreja—. Deberías de atarlo, no queremos que sea un impedimento.

—No puedo hacerlo.

—¿Atarte el pelo?— cuestionó burlón.

—No, eso no, no puedo correr esta noche.— dijo siendo víctima del miedo, el pánico, el terror... De cualquier sinónimo que tuviera ese significado.

—Si puedes y lo harás.— dejó un corto beso en sus labios—. Y yo te esperaré en la meta con los brazos abiertos, gritando tu nombre y haciéndoles saber a todos que mi chica ganó la carrera.

Ella sonrió por instinto y lo abrazó, buscando calmarse antes de salir.

—No dejes que los nervios te jueguen una mala pasada.— susurró tomando su cabello con sus manos y atándolo en una coleta baja—. Tú puedes con esto y con más.

Tomó una profunda respiración cuando miró en dirección a su moto, pero volvió a sentirse atacada por los nervios en el momento que miró a la personas con las que competiría esa noche.

—Por favor, corre conmigo.— casi suplicó.

—Mimi, sabes que no puedo hacerlo, las normas son las normas y...

Sus palabras fueron interrumpidas cuando ella tomó su rostro con sus manos y le comió la boca, no de una forma suave ni tampoco delicada sino todo lo contrario.

—Por favor... No me dejes sola en esto.— pidió en un susurro.

—No está bien que te deje manipularme con solo un beso.— dijo con diversión—. Ve a tu puesto, voy a por mi moto y...

—No.— lo interrumpió una vez más—. Vas a venir conmigo, en la misma moto.

Él alzó sus cejas ante su atrevida propuesta y no dijo al respecto, no quería llevarle la contraria aunque eso supusiera salvarle la vida.

Y ese fue su principal error.

Se dejó llevar por ella, dejó que corrieran juntos esa noche en una de esas carreras ilegales que él mismo organizaba.

—¡Mimi, acelera!— exigió al ver que alguien más se estaba pegando demasiado a ellos—. Cuando lleguemos a esa curva de allí empiezas a frenar, ¿entendido?

Asintió, dándole a entender que había comprendido lo que le había dicho.

Fue entonces cuando pasó.

Alguien más vino de frente, los frenos no fueron de utilidad en esa ocasión, ya era demasiado tarde porque de una forma u otra alguien terminaría herido, ya fueran ellos, el que venía de frente o los que venían atrás.

Él fue rápido en envolver su cuerpo con sus brazos para que el golpe del suelo recayera en sí mismo, debido a la gran velocidad que iba la moto terminó arrastrándose por el suelo al menos unos metros, raspando toda su piel en el proceso. Su ropa no tardó en teñirse de carmesí, ese color que Mimi adoraba pero que en estos momentos no podía ver.

—¡No, no, no!— empezó a decir al ver que sus brazos perdían la fuerza del agarre, fue rápida en levantarse, víctima del shock se quedó varios minutos de más mirándolo.

Su cabeza había chocado contra el asfalto y una gran mancha de sangre ya estaba en el suelo, líquida y oscura.

Las sirenas del cuerpo de policía empezaron a sonar a su alrededor pero en esos momentos no le importaba lo más mínimo.

—Maldita sea, esto ha sido mi culpa...— sollozó dejándose caer al suelo y abrazando su cuerpo como si su vida dependiese de ello, su cabeza descansó en su cuerpo, bajo su oído no se escuchaba el latir de su corazón—. No, por favor... Dime que no es cierto...

No se había dado cuenta del momento en el que había empezado a llorar, pero su vista ahora se encontraba borrosa e incluso se le dificultaba la acción de respirar.

Alguien más le hizo levantarse, ella gritó, lloriqueó y exigió que nadie le pusiera un dedo encima, pero nada sirvió de nada.

Ya todo había pasado.

Y el pasado se queda en el pasado.

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