Capítulo 16

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El entierro fue un momento duro para todos, incluso para aquellos que no pertenecían a su banda callejera. Christopher tuvo que apretar sus labios con fuerza para que de su boca no se escapara ningún sollozo cuando Mimi se rompió en sus brazos. Richard, por el contrario, dejó correr las lágrimas cuando Mónica lo abrazó en busca de consuelo.

—Las muertes no se superan, ¿verdad? —preguntó la morena mientras sonaba los mocos con clínex que acababa de entregarle su acompañante.

—Se aprende a vivir con ello —respondió este, desviando su mirada hasta Christopher abrazando a Mimi.

Los ojos le ardían de tanto llorar, tener que enfrentarse a la realidad no era algo que quisiera.

—Las cosas solo pueden ir a mejor, ¿no? —lloriqueó, aferrándose a su cuerpo.

Christopher no habló, ¿de que le servía decirle que si, que ahora nada podría empeorar la situación? Si en realidad no tenía ni la menor idea. Las cosas, desgraciadamente, siempre podían ir a peor.

Al llegar a casa se quitó el abrigo y miró a su acompañante con cansancio. Todavía no eran las seis de la tarde, pero el día se estaba haciendo demasiado largo, ojalá poder quitarle un par de horas.

—Mañana mis padres tienen una de esas asquerosas cenas de negocios a las que me obligan a asistir —informó dejándose caer en el sofá.

—Lo sé, los míos también la tienen —sonrió con diversión mientras se acomodaba a su lado, ella aprovechó para recostarse y dejar sus piernas sobre las de él—. ¿Estás cómoda?

—Más de lo que me merezco.

Christopher suspiró al escucharla y procedió a quitarle los zapatos para después darle un masaje en los pies, Mimi se rió ante su acción pues era de piel sensible y cualquier pequeña cosa le producía cosquillas. Él alzó la mirada para verla con diversión, aparentaba ser una chica dura, lo que menos se esperaba era que tuviera cosquillas en los pies.

—¿El punto débil de Mimi? —preguntó burlón.

—No se lo digas a nadie —respondió en el mismo tono de voz.

—Es normal tener cosquillas, niña —se carcajeó mientras jugaba con sus dedos en la planta de sus pies con el fin de hacerla reír.

—¿Tú las tienes? —interrogó mientras reía e intentaba alejar sus pies de sus manos.

—No, en los pies no —negó con la cabeza.

—¿En otras partes del cuerpo si? —alzó sus cejas con curiosidad, al verlo asentir sonrió—. ¿En cuáles?

—Descúbrelo —le guiñó un ojo juguetón.

Mimi volvió a reír, cuestionándose si se estaba metiendo con un adulto o con un niño, pero le siguió el juego y cambió de posición. Se arrodilló en el sofá y llevó sus manos al cuerpo del chico para buscar su punto débil, primero a sus costados, después a su estómago, continuó hasta debajo de sus bazos, estuvo por rendirse pero al llegar a su cuello percibió su sonrisa y supo que había dado con ese punto.

—¡Tienes cosquillas en el cuello! —chilló antes de mover sus dedos de forma hábil sobre la piel de este.

Christopher se carcajeó.

Mimi sonrió satisfecha al escucharlo.

Todo fueron risas durante un buen rato, hasta que él se cayó del sofá intentando liberarse de sus acciones y ella rió todavía con más ganas.

—¡Ya basta!

Pero eso solo hizo que siguieran riendo, la situación era ridícula y les hacía gracia. Parecían dos adolescentes cuando se quedaban en casa solos por primera vez. No lo eran, claro.

—¿Haremos mucho escándalo si mañana llegamos juntos a la cena? —preguntó la rubia mientras le acariciaba su despeinado cabello.

—¿Quieres que lleguemos juntos?

—Responde a lo que he preguntado.

—Responde tú.

—Yo he preguntado primero.

—Pero mi pregunta es más importante —concluyó.

Mimi rodeó los ojos con diversión, definitivamente estaba tratando con un niño y eso le agradaba.

—Si, quiero que lleguemos juntos.

—Pues ya está, ¿que importa el escándalo?

—Para nosotros nada, nos atrae lo escandaloso, pero quizá nuestros padres no opinen lo mismo.

—¡Que les den! —resopló—. Por primera vez tengo ganas de ir a una estúpida cena de las suyas y es solo porque vas a ir tú... Bueno, porque vamos a ir juntos.

Ella le sonrió enternecida y tomó su rostro con ambas manos para dejar un suave beso en sus labios. No le apetecía besarlo de forma desenfrenada ni profunda, no quería un beso de esos que incitaban a tener sexo. Quería uno romántico, bonito, tierno. Tal como lo estaba siendo ese momento con él.

—Me haces sentir como si fuera una niña —admitió en un susurro.

—¿Y eso es malo?

—Si, porque vuelvo a sentir la ilusión incluso en momentos muy jodidos.

—Te estás contradiciendo, corazón.

—Cállate, para mi tiene sentido.

—No es malo, es bueno por esos mismos motivos que tú has mencionado —fue su turno de acariciar su cabello y regalarle una sonrisa.

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