Capítulo 19

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—Acabas de jurarle amor eterno al niñito, a ver ahora cómo te lo quitas de encima.

—Tranquilo, me encanta tenerlo encima —afirmó algo que ya se sabía de sobra—. Vuelve por donde has venido, anda.

—Siento lo de Exon —musitó— y también lo de Mónica.

—¿Lo de Mónica?

—¿No te has enterado? Mimi, corazón, lo lamento muchísimo, pero es gracioso que no estés enterada de los asuntos de tu propia banda callejera. Estás fracasando como líder.

—¿Por qué mejor no te vas a la mierda?

Roi dejó escapar una suave risa por sus labios antes de irse del lugar, dejándola con la cabeza por las nubes y con un mar de preocupaciones sobre los hombros. Exon había muerto, no iba a poder superarlo pronto. ¿Pero Mónica? ¿Que le había pasado a ella?

No lo dudó siquiera, aceleró para llegar cuanto antes a aquel piso de las afueras de la ciudad en donde la morena habitaba. Se estresó cuando nadie le abrió la puerta, al menos tenía las llaves por si había alguna emergencia. Esto lo era. El piso estaba a oscuras nada más entrar, apalpó con su mano la pared en busca de los interruptores de la luz, suspiró aliviado cuando dio con estos y pudo encender.

—¿Mónica...? —caminó con pasos lentos mientras la buscaba con la mirada—. ¿Mónica estás en casa?

La puerta de su habitación estaba abierta pero encima de la cama no había nadie.

Dándose por vencida entró a la habitación mientras sacaba su teléfono móvil para llamarla, pero al encender la luz del cuarto se quedó de piedra al ver el cuerpo de su amiga tirado en el suelo, junto a la lámpara que debería de estar sobre la mesita de noche. La herida de su cabeza indicaba que la habían golpeado con dicho objeto, pero al parecer no había sido suficiente, por la postura de sus piernas se podía ver a simple vista que ambas estaban rotas. Los ojos abiertos. La piel pálida. Los labios secos.

—No, no... Tú no —contuvo las ganas de arrodillarse allí y sostener su cuerpo contra el suyo. Había sido un asesinato y no podía tocar el cadáver. Sus dedos temblorosos llamaron a la policía de inmediato, que sin importar la hora no tardó demasiado en acudir al lugar del crimen.

Más noches sin dormir.

Más ilusiones rotas.

Más pesares para ella.

—Señorita, ¿que hacía usted aquí? Ha sido quien alertó a la policía y eso la convierte en la primera sospechosa.

—Hubo una fiesta a la que tuve que acudir, hay cientos de personas que pueden comprobar eso, fui a casa para cambiarme de ropa pues no iba a conducir en moto con vestido y tacones... Y vine aquí.

—¿No ocurrió nada antes ni nada después?

—Hablé con alguien...

—¿Quien es ese alguien?

—Roi Merino —pronunciar su nombre ya no le causaba escalofríos y lo agradecía, porque quería que lo investigaran a fondo y que terminara en la cárcel por los daños que había causado.

—Van a encontrar tus huellas en la puerta, ¿no?

—Si, con algo tuve que abrir...

—Mientras no estén también en su cuerpo o en el arma...

—¿Cree que una lámpara pudo causar ese golpe?

—Soy policía, señorita, yo no creo... —chasqueó su lengua—. Investigo.

No le quedaba más remedio que confiar en las autoridades y en que harían bien su trabajo, no quería tomar la justicia por su mano y que la calle fuera el nuevo campo de batalla. Sin embargo, Ricky fue el primero en decir que tenían que hacer algo, los demás solo confirmaron que estaban de acuerdo con él.

¿Quién era otro de los más afectados?

Richard.

Ellos eran amantes desde la segunda noche que sus miradas se cruzaron en la pista. Podían ser rivales allí e incluso a veces también se daban guerra en la cama. Pero una vez que las sábanas abandonaban sus cuerpos y el frío se colaba por la puerta de la habitación, queda puro sentimiento. De ese que todavía no sabes cómo describir pero que está ahí, creciendo cada día más y más... y que después de eso todo es gris, las canciones que antes te hacen reír ahora son las que más lágrimas te sacan y esa prenda que todavía mantiene su olor te niegas a meterla en la lavadora para que lo pierda.

Así estaba Richard.

Destrozado.

Como Saydi, como Laura, como Claudia, como Ricky y como Mimi.

Una muerte nunca traía cosas buenas consigo, un asesinato peor todavía.

Cada vez las cosas estaban más débiles en su grupo, era como si jugaran una partida de algún juego de peleas y fueran perdiendo, pues su equipo no hacía más que perder participantes. ¿Quien iba a  ser el siguiente?

A partir de ese momento tenían que ser más unidos que nunca y tener cuidado, uno nunca sabía cual sería la última conversación que tendría con sus amigos.

Calle Where stories live. Discover now