Capítulo 27: Votos

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Sus padres se casaron a finales de primavera, y lo hicieron en la capilla privada de la mansión Croft, el lugar donde descansaban varias generaciones de la familia, el lugar donde también descansaba Werner, el lugar donde descansaba Winston. Fue algo extraño en muchos sentidos, el primero, porque nadie – ni ellos mismos – se imaginaban casándose; segundo, porque lo último en que hubieran pensado hubiese sido una ceremonia católica, oficiada por el querido padre Dunstan, amigo y confidente; y, por último, extraño que fuese tan privada y discreta que tan sólo la hija de ambos, y la madre de la novia, asistieran, aparte de ellos y el propio sacerdote, por supuesto.

Pero no se sentían cómodos en ninguno de los escenarios alternativos, que implicaba llamar la atención sobre sí mismos y causar una desbordante sensación. Y ellos, especialmente considerando que su padre aún estaba medio convaleciente, querían cualquier cosa salvo causar sensación.

Más tarde, Anna recordaría tan sólo escenas sueltas, imágenes en su mente, porque estaba tan distraída y avasallada por la sensación de irrealidad como cualquier otro. Veía a sus padres en el altar, las manos unidas, murmurando los votos el uno al otro y medio sonriendo como si aquello fuese un chiste bueno; el padre Dunstan y su expresión radiante, que parecía disfrutar más que nadie con aquello; y, cuando la muchacha echó la mirada atrás, por encima de su hombro, vio que su abuela, en contra de todo lo esperable y pronosticado, también estaba allí, de pie junto a la entrada de la capilla; elegante como siempre, observando la escena en silencio y respeto, los labios entreabiertos, como sorprendida e incrédula, a pesar de que había cooperado para organizar aquello.

En cierto momento Anna bajó la mirada al regazo, todavía balanceando las piernas enfundadas en el traje de pantalón y chaqueta que era el único atuendo de gala que se dejaba enfundar, y perdió el hilo de lo que estaba sucediendo. Sentía como la cabeza llena de aire, o más bien de algodón, todavía asumiendo los cambios de los últimos meses. Se alegraba por sus padres, muchísimo, es más, sentía un enorme alivio de que las cosas terminasen bien – aunque nunca se hubiese imaginado que terminarían precisamente en una boda – pero a pesar de todo, no lograba sentirse en paz. Todavía tenía cuestiones pendientes que resolver, especialmente con...

- ¿Anna?

La chica alzó la cabeza, azorada. Sus padres y el sacerdote la miraban fijamente, expectantes.

- ¿Qué pasa? – farfulló.

Lara torció la boca levemente.

- Los anillos. - indicó.

Anna enrojeció como un tomate y empezó a buscar frenéticamente en los bolsillos de su chaqueta, sintiéndose como una idiota. ¿Dónde estaban? ¡No aparecían!

- ¿Eso es en serio, nena? – dijo su padre, mirándola divertido.

- N-n... no sé dónde los he metido. - confesó, avergonzada, con la cara a punto de estallar.

El padre Dunstan, acostumbrado a peores cosas acontecidas en ceremonias, sonrió con paciencia.

- Tengo unos de repuesto por aquí. – y pasándose el misal a una sola mano, empezó a rebuscar en su sotana – Por si acaso...

- Eso no será necesario. - dijo una voz desde atrás.

Lady Angeline se había adelantado y mostraba una caja en la mano extendida.

- Se los había dejado en la mesilla de noche.

Sofocada, Anna saltó del banco y corrió hacia su abuela. Lara sonrió levemente.

Tomb Raider: El LegadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora