Capítulo 26: Monstruo

119 8 4
                                    

No hubo nada entre el momento en que perdió el conocimiento y el momento en que lo recuperó. Nada. Ni visiones, ni sueños, proféticos o no, ni flashbacks. La negrura más absoluta.

Y cuando volvió en sí, seguía sin ver nada. Todo estaba oscuro. La cabeza le dolía, muchísimo. La garganta le ardía, como llena de fuego líquido. No sabía dónde estaba. No sabía qué le pasaba.

- A... ayuda.- gimió. Su voz estaba ronca, rota, como si hubiese estado chillando durante horas.- Ayuda. S... socorro. P-por favor. Por favor.

Una mano áspera, cálida, la acarició. Anna empezó a sollozar. Creía tener los ojos abiertos, pero no veía nada. Sintió las lágrimas caer, ardientes.

- Tranquila, Anna. Tranquila. Estoy aquí.

- Mamá.- ella sollozó de alivio, de alegría – Mamá, estás aquí.

- Sí, soy yo. Estoy aquí. Y aquí quiere decir el hospital. Estás ingresada.

Agarró con fuerza su mano. Sí, era ella. Sus manos ásperas, estropeadas de escalar rocas, accionar mecanismos y disparar armas de fuego. Queridas manos.

- Mamá, yo... no veo nada. No veo nada. ¡Estoy ciega!

-No, cariño, no lo estás. Es un efecto secundario a... algo que te ha pasado. Pero se irá. Recuperarás la vista.

- ¿Qué... qué me ha pasado...? – y entonces se tensó. Lo recordó. Oh, Dios mío. No, no, no, no.

- Tranquila, Anna. – la mano la aferró con más fuerza, cálida, reconfortante. Notó que le acariciaba el cabello.- Tienes que relajarte.

Se echó a temblar. Estaba recordando.

- Ella... ella es... ¿está...?

- Está viva, Anna. No ha muerto. Maggie Hartman está viva.

Se echó a llorar al oírlo, de puro alivio. Estaba viva. No la había matado. ¡No la había matado!

- Mamá – sollozó – mamá, por favor, no le digas a papá lo que he hecho... no se lo digas...

Las manos de su madre la acariciaban, ásperas, reconfortantes.

- Lo siento Anna. Tenía que saberlo. Es tu padre. Y además, yo... necesitaba su experiencia... que me dijera que te ibas a poner bien... que no estabas ciega para siempre.

Humillada, avergonzada, culpable, Anna siguió llorando con sus débiles fuerzas.

- Lo siento... perdóname... yo no quería.... Yo... no quería matarla... perdóname... díselo... dile que no quería matarla...

- Shhh, es suficiente. Descansa, Anna. Tienes que descansar.

Qué vergüenza, pensó. Qué dirá papá de esto. Y ellas... lo vieron todo. Qué pensará de mí Kat ahora. Dios mío. Morirme. Quiero morirme.

(...)

Cómo odiaba los hospitales. Dios santo, cómo los odiaba.

Lara salió al pasillo después de que Anna recibiera otra dosis de sedantes. Se apoyó en la pared con ambas manos y respiró hondo.

- Annus horribilis.- murmuró – Dame fuerzas para soportar esto.

- Amén. – dijo una voz cálida, amable, afectuosa.

A su lado, pacientemente sentado en el sofá, el padre Dunstan, sombra amiga, perpetua compañera en dificultades, cerró la Biblia y sonrió.

- Quién me iba a decir que después de tantos años volverías a invocar al Padre.

Tomb Raider: El LegadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora