Capítulo 8: Huesos

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Estaba concentrado en el periódico, leyendo atentamente las noticias de la mañana – todas plagadas con los sucesos del Monstrum – cuando distinguió a la mujer que daba vueltas alrededor de su motocicleta, aparcada a las puertas del café.

Tampoco es que le sorprendiera. A las mujeres les encantaba su motocicleta. Las atraía como moscas, al menos, a una buena parte de ellas. Siempre había sido un fantástico recurso para ligar – entre otras cualidades personales que, debido a quién era y lo que había vivido, nunca había tenido demasiado tiempo ni interés en desarrollar.

A través de las cortinas que cubrían el vitral del café apenas alcanzaba a distinguir el rostro de la mujer, alta, esbelta y de hermosa figura, enfundada en unos ajustados vaqueros y cazadora a juego. Tenía el largo cabello, de un espléndido color castaño, trenzado en una coleta que le llegaba hasta casi el final de la espalda. Se movía con gracia, como un felino, como cardumen en el mar.

Bueno, quizá fuese fea, aunque eso no le quitaría el resto del mérito.

La mujer no se entretuvo demasiado en admirar el vehículo, sino que de pronto empujó la puerta y entró dentro del café. En ese momento sonó el teléfono y Pierre, aquel estúpido barman, se acercó a contestar sin prestarle mayor atención a la recién llegada.

Pero el cliente sí que le prestó atención. De hecho, se quedó pasmado.

La conocía. ¿Quién no podía conocerla? Era tan famosa que no alcanzaba a entender cómo aquel idiota de la barra no había caído en la cuenta. Forzándose a bajar la vista, el hombre sentado en la mesa de la esquina, al fondo del café, hizo como que seguía leyendo con interés el periódico, aunque por encima de sus pestañas, estudió a la mujer.

Era aún más impresionante en persona. Alta, esbelta, grácil como una gacela, con aquel cuerpo adorable y aquel rostro de muñeca, tan poco acorde con su estilo de vida. Desde luego, aquel póster pegajoso que durante años se habían ido pasando los compañeros de la Legión le hacía poca o ninguna justicia.

Y de pronto, ella dio media vuelta y se acercó. Se acercó a él, en línea recta, dando tres grandes, pero elegantes zancadas, y plantándose junto a él, que había bajado de nuevo totalmente la vista hacia el periódico. ¿Pero qué...?

- Disculpa. - dijo. Su voz era clara, sonante, levemente cantarina, inmensamente femenina. – Y discúlpate tú también. ¿Conoces a un tal Louis Bouchard?

Había soltado todo de un tirón, sin vacilar, con un tonillo levemente pedante, bueno, aristocrático en su caso. A él no le quedó más remedio que levantar la vista y mirarla.

Y si era posible, de cerca aún era más impresionante. Dios mío, era preciosa. Y eso que estaba pálida, parecía cansada y hasta tenía sombras oscuras bajo los ojos. Pero, aun así, la nariz recta y noble, las cejas finas, una de ellas arqueada en una leve expresión sarcástica, los ojos grandes, castaños, profundos y expresivos, y aquellos labios gruesos y encarnados que ya se estaba muriendo por besar – qué va, por morder – sin quererlo, o tal vez sí, queriéndolo.

Y su aroma de mujer.

Se dio cuenta de que la había observado durante unos segundos sin proferir palabra, y entonces, la voz le salió ronca y monocorde, apagada, con lo primero que le pasó por su aturullada cabeza.

- Soy un extraño aquí.

Ella, que se había inclinado ligeramente hacia él, claramente invadiendo su espacio personal – no es que le molestara en absoluto, podía olerla mejor, y Dios, vaya si olía bien – incluso apoyando la mano sobre la mesa, junto a la suya, de pronto se irguió, como un obelisco que se enderezara, y lo miró como se mira a un curioso insecto.

Tomb Raider: El LegadoWhere stories live. Discover now