Capítulo 18: Dolor

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Dicen que quien sufre muchas heridas, o padece una larga enfermedad, se acaba acostumbrando al dolor. No es verdad. El dolor siempre es algo nuevo, por más que resulte familiar. El dolor no genera tolerancia. Se sufre, porque no queda más remedio. Pero no existe posibilidad de acostumbrarse. El dolor es el dolor.

Tumbada boca abajo en una camilla, con una vía abierta en un brazo y otra bombeando sangre ajena en el otro, Lara notó cómo trabajaban dentro de su herida. A su lado, Anna le sostenía con fuerza la mano, a pesar de que le había dicho que no era necesario. Aunque era altamente irregular, dadas las circunstancias, le habían permitido estar con ella.

Lara había rechazado la anestesia general. Con la local era más que suficiente, les había dicho. La contrapartida era que tenía que sentir cómo tiraban, abrían, cosían, hurgaban en su carne y tendones; incluso percibía el raspado del instrumento quirúrgico contra el hueso del omoplato. Era desagradable, pero al menos no era dolor.

- ¿Qué tal pinta? – murmuró, mirando de reojo a su hija, la única manera en que podía mirarla.

Anna contemplaba horrorizada la carnicería en la espalda de su madre.

- Genial.- mintió, con voz ronca.

Pero ambas sabían que la herida no era ya problemática. Que sanaría. Que viviría para contarlo. Las apariencias engañaban, y Lara había pasado por cosas mucho peores. Aun así, era una visión desagradable, para quien no fuese doctor en medicina.

- No deberías estar aquí.- le dijo Lara – Deberías esperar fuera, ir a ver a las otras.

- Quiero estar aquí.- respondió Anna, lacónica, y apretó con más fuerza sus dedos.

(...)

Lenta, concienzudamente, se deshicieron del cadáver.

Ella quiso ayudarle, y Kurtis no encontró motivo por el que negarse. Le hacían falta un buen par extra de brazos, y aunque los de Bárbara no eran los más fuertes, era mejor que cargar con toda la tarea él sólo.

No se paró a preguntarle si iba a tener estómago para aquello. La verdad es que estaban actuando contrarreloj y no había tiempo que perder. Cuanto más tiempo dejaran pasar con un muerto entre las manos, peor para todos. Sin embargo, no tuvo de qué preocuparse. Algunas cosas nunca cambian, y ella tenía estómago para aquello y para cosas peores.

Ahuyentadas las ratas, tomaron lo que quedaba del hombre que había sido Adolf Schäffer y lo disolvieron en una tina de ácido. Todas las medidas de protección fueron tomadas. Trabajaron con eficiencia y dedicación, pese a lo cual, ella no pudo estarse callada.

- Tenías todo esto preparado... ¿desde el principio?

Claro que no había contado con lo evidente; que Kurtis no era un hombre hablador. Él se limitó a ignorarla.

- Me cuesta creer que hayas cazado y matado de hambre todas estas ratas sólo para... esto.

Silencio.

- ¿No deberíamos haberlo quemado?

Ahí sí que respondió.

- Eso sería una insensatez. Es más lento. Generaríamos humo, nos verían; carbonilla y cenizas, que acabarían encontrando, por no hablar del olor a carne quemada, que tarda meses en desprenderse de todo. El ácido no deja rastro. Y es rápido.

- No cabe duda de que tienes experiencia en esto.

Silencio otra vez.

Ella llegó a vomitar un par de veces más, vómito que tuvo que limpiar escrupulosamente, como hizo con su primera arcada. Kurtis ni se inmutó. Hizo lo que tenía que hacer sin que su expresión se alterara lo más mínimo.

Tomb Raider: El LegadoWhere stories live. Discover now