Capítulo 5: Don

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Era un ejemplar magnífico, un bellísimo caballo Navajo, de color dorado, patas y crines negras y una mancha larga a lo largo de la cabeza. Se llamaba Niyol.

Kurtis se acercó a la hermosa criatura y palmeó el fuerte cuello. El animal volvió la cabeza y, al reconocerlo, relinchó suavemente, a modo de saludo, y volvió a mirar hacia adelante. Ni siquiera se movió cuando el hombre empezó a cepillarlo.

Niyol era el caballo de Anna, un regalo de su padre cuando, años atrás, se había empeñado desesperadamente en que quería aprender a montar.

- Pero no quiero un pony. - había indicado, enfurruñada, alzando un dedo a modo de advertencia – Ni una yegua. Eso es para chicas. Yo quiero un caballo. Uno de verdad.

Lara había puesto los ojos en blanco y murmurado algo acerca de que no iba a poner un maldito establo en la mansión Croft, pero a las siguientes vacaciones, cuando Anna fue a pasar el verano en Utah con su abuela, encontró a Niyol atado en el porche.

Kurtis nunca olvidaría la expresión de la niña cuando lo vio por vez primera.

Aunque Marie tenía dudas de que Anna lograra controlar al caballo con su todavía corta estatura, lo cierto es que Niyol no era tan grande entonces y para cuando se hizo realmente grande, Anna ya lo dominaba sin apenas usar las riendas, guiándolo a menudo con los muslos y las piernas. Incluso lo montaba al estilo Navajo, prescindiendo de silla, sólo con una manta encima.

Niyol no podía ir a Inglaterra – y el clima, en cualquier caso, hubiese sido poco agradable para él. Vivía mejor en la nación Navajo, bajo custodia de Shilah y los domadores de caballos salvajes, siempre esperándola para cuando volviera.

Ver a su hija montar a caballo, al galope a través de la llanura, la melena al viento, la cabeza echada atrás y riendo absolutamente liberada.

- ¡Eh, papá! ¡Apuesto a que tu moto no corre más que Niyol! ¡Ven a cazarme!

Había cosas por las que valía la pena vivir.

El ex legionario acarició el lomo del animal y hundió el rostro en su suave pelaje, aspirando su fuerte olor, el olor de su infancia. De pequeño también él había cabalgado con los demás chicos Navajo. A pesar de que él era medio bilagáana, siempre lo habían considerado uno de los suyos, aunque desapareciera de tanto en tanto, aunque hubiese estado ausente muchos años.

Cuando Niyol llegó, hacía muchos años que no se había subido a un caballo, prefiriendo su inmortal, sufrida motocicleta. La primera vez que el bello animal lo había descabalgado, mandándolo al suelo patas arriba, Anna había estallado en carcajadas y no había parado en varios días.

Pero en realidad, se le daba bien montar.

Niyol apenas se alteró cuando subió de un salto encima de él. Estaba más acostumbrado al ligero peso de Anna, pero le conocía bien.

Guiándolo apenas con los muslos, lo sacó del cercado y llevó al paso hacia el camino. Luego fijó su mirada en el horizonte y espoleó al caballo.

Se llamaba Niyol. En diné bizaad, significa viento.

(...)

Lenta y trabajosamente, Marie Cornel agrupó las escasas pertenencias que solía llevar consigo cuando iba de viaje. Le costó mucho más rato de lo esperado, y al acabar se quedó apoyada en la enorme cabecera de la cama, asaltada por otra súbita oleada de dolor.

La medicina de los Diné empezaba a dejar de hacer efecto. Pronto, mucho antes de lo esperado, no habría ya nada que la aliviase.

Le quedaba muy poco tiempo. Había albergado la esperanza de consumirlo tranquilamente, en su tierra natal, pero esa esperanza se había esfumado y no tenía sentido lamentarse por ello. Frunció el ceño, decidida. No, aunque se estuviera muriendo de dolor cruzaría el mundo para ver qué es lo que Selma A-Jazira tenía que decirle, que mostrarle.

Tomb Raider: El LegadoWhere stories live. Discover now